Saturday, February 23, 2013

Descubre tus mariposas


Por Ana Salazar Cabarcos

Cualquier filosofía que se base en el amor no puede ser mala, más bien sirve de complemento para nuestras creencias. Yo soy católica, creo en Dios y practico las enseñanzas que nos dejó Jesús, basadas todas en el amor. 
Por desconocimiento hay quienes asocian al budismo con el hombre regordete sentado, al que hay que sobarle la panza para tener fortuna y dicha. No, el budismo es algo más allá, es encontrar la iluminación que llevas implícita y que permanece oculta en ti. Todo el tiempo esperamos remedios externos a nuestro sufrimiento, a la angustia y depresión, lanzamos preguntas al universo exigiendo respuestas que nunca llegan, cuando el tesoro maravilloso de la sabiduría, del consuelo y la felicidad se anida dentro de tu ser. Hay quienes creen que es una contradicción ser cristiano y practicar el budismo. 
Yo he creado mi propia filosofía de vida: si Dios está en todas partes, Dios vive dentro de mí, la tarea es encontrarlo; no necesito intermediarios, ni mensajeros ni intérpretes para conectarme con Él. 

Las meditaciones budistas, el cantar Nam Myoho-renge-kyo me llevan a un estado placentero, a un camino de comunicación con lo más profundo de mi ser, con mi esencia; en ese momento encuentro respuestas, descubro mis debilidades, me reconforto, hallo consuelo, descubro la luz que llevo dentro y es ahí que me convierto en Buda (En idioma sánscrito, el término buddha (बुद्ध) significa ‘despierto, iluminado, inteligente’), y es entonces que Dios  manifiesta Su amor en mi interior.
Cada ser humano es un micro universo con toda la majestuosidad que ello conlleva. Somos fuente inagotable de amor, de alegría y armonía. No esperemos ir por la vida con una red tratando de cazar mariposas que le pongan color a la existencia, dependiendo del clima, de la temporada, de la suerte, del ánimo, siendo que somos poseedores de un santuario en donde las mariposas revolotean ansiosas por querer salir del pecho, para iluminar no sólo nuestra vida, sino al mundo entero.

Añoranza por mi tierra


Por Ana Salazar Cabarcos 

Cierro los ojos y claramente puedo escuchar al gallo, valentón, henchir los pulmones de aire para anunciar un amanecer más; es un llamado al sol que alimenta a las milpas, a las mujeres que huelen  a flores del campo para que alisten la masa y hagan tortillas y atole. El cielo es el más azul que pueda existir, y los niños corriendo entre la yerba se confunden con las mariposas y libélulas, que besan y abrazan a las flores.
Abro los ojos y estoy aquí, lejos de mi tierra, de mi pueblo que es ahora parte de los sueños.
A menudo me gusta ir al Este de Los Ángeles a buscar a los vendedores de elotes, que en un simple carrito de súper mercado, llevan a cuestas uno de los olores y sabores más tradicionales de México. Cómo olvidar a los eloteros afuera de las iglesias y panaderías, envueltos en humeante cortina de vapor de maíz  poniendo a los elotes con maestría el traje de novia; vestido de blanca  mayonesa, capa de queso y para darles un poco de color, una salpicada de chile piquín, como si se tratara de una diminuta lluvia de claveles.
Las fresas, las naranjas, los limones que se recogen día con día en los campos de cultivo y van barnizados con las notas musicales del “Cielito lindo”; que bien recomienda cantar en vez de llorar, porque sólo así, cantando, se pueden alegrar unos corazones que anhelan volver algún día al lugar que huele a tierra fresca, en donde los ríos se deslizan rumorando entre las montañas, a donde los árboles crecen muy altos y se abrazan entre sí como hermanos; a donde se quedaron los padres, los abuelos…nuestra infancia.
De vez en cuando nos reunimos los amigos, abrazamos a la guitarra como para bailar un tango y cantamos desgarrando las gargantas, como si nuestro canto; que no necesita visa, pudiera atravesar la frontera y llegar hasta donde están nuestros pensamientos.
Hoy por la mañana descongelé una tortilla, abrí una lata de frijoles y me hice un taquito para desayunar, quise crear ambiente y recordar a gusto. Preparé un café y lo serví en una taza de barro, de ésas que en México le dan sabor al café de olla y al champurrado y aquí producen cáncer por el plomo; sería bueno saber qué opina mi abuelita de 99 años que lleva tomando su café con leche desde que era una niña, en el enorme jarro de barro, café y brillante, despostillado y barrigón.
Por la tarde me iré a sentar cerca de las vías del tren para volver a esos días en el pueblo, cuando al son del “¡chu-chu!” todos corríamos a recibir a los parientes que venían “del otro lado”, cargados de “billetes verdes”.
Me siento en la estación y pido con todas mis fuerzas que mi fe de niña regrese, que el tren me lleve de regreso a casa porque me está comiendo la nostalgia, porque siento añoranza por mi tierra, por mi familia, por mi gente.



Friday, February 22, 2013

El mentiroso...


Por Ana Salazar Cabarcos

La mentira es el escudo de los cobardes, el arma de los embusteros, el juguete de los traidores. La mentira se anida en las almas vacías, en los corazones que sólo son un trozo de víscera, en las cabezas retorcidas. La historia de un mentiroso es mitad verdad y mitad fantasía,  una película de ficción en donde la imaginación no tiene fin.

La mentira es una soga que el mentiroso se enrolla en el cuello lentamente: es tan tonto que no acepta que su misma soga terminará por ahorcarlo, en un auto-ahorcamiento de lo más estúpido.

Lo que al principio es un juego divertido, osado y que provoca efímeros triunfos, pasa a convertirse en un laberinto lúgubre, en un callejón sin salida, en un limbo sórdido y frío.

Este ser humano que carece del sentido de la verdad, usa la lengua como navaja; hiriendo con sus infamias, destruyendo a su paso la alegría, el amor, vidas mismas, como un gigante que con pasos de acero aplasta a las diminutas flores de colores que por desgracia se cruzaron en su camino.

No sabe de Dios, pues manipula Su nombre a conveniencia.

No tiene lágrimas, sólo agua fétida que emana de unos ojos que no aguantan la mirada, que son la ventana de un alma seca.

Es la eterna víctima, jamás tendrá el valor de reconocerse como victimario. No conoce la libertad, pues su mente,  cuerpo y espíritu son esclavos de los monstruos que él mismo ha creado. Vive con miedo a ser descubierto, con la zozobra de que su mundo irreal, tan frágil y tan falso,  sea desbaratado de un soplido.

Las piernas que sostienen a un mentiroso son la soberbia y el orgullo, por eso su futuro es caminar con paso firme hacia el abismo, y caer,  desbaratarse, romperse en mil pedazos.Y ni aún así terminará  la historia de un mentiroso, ya que sus secuelas permanecerán en los niños y niñas que se hagan adultos, en las mujeres que se hagan viejas, en los amores que fueron truncados, en las sonrisas que fueron pintadas de llanto.




Leyendas de la ciudad de Mexico: "El callejon del muerto"


Por Ana Salazar Cabarcos

(En memoria de mi querido hermano Juan de Dios I. G. Salazar Cabarcos,  enamorado del Centro Histórico, apasionado investigador y ser humano)

Por su riqueza monumental, al Centro Histórico de la ciudad de México  se le considera el más relevante de América. Fue declarado por la UNESCO "Patrimonio Cultural de la Humanidad" en 1987.

Pero ¿alguno de ustedes sabe de las leyendas que se han perpetuado por generaciones, ésas que vuelan por el aire impregnando la atmósfera de misterio, de olor a nostalgia, que provocan miedo, admiración o sorpresa?

Por ejemplo la historia de “El callejón del muerto”, que aconteció en la antigua calle de La misericordia, hoy calle República Dominicana. Se cuenta que en el año 1600 el español Tristán de Alzúcer abrió una tienda de abarrotes, a donde iba seguido fray García de Santa María Mendoza a conversar.

Llegó a ser tanto el éxito de la tienda, que Tristán mandó a su hijo a la ciudad de Veracruz a comprar productos para acrecentar la variedad. El hijo enfermó mortalmente lo que le impedía regresar, así que Tristán, angustiado, rogó a la Virgen por la vida de su amado hijo, prometiendo que si regresaba con bien, caminaría hasta el santuario como muestra de agradecimiento. El hijo regresó, pasó el tiempo y Tristán olvidó su promesa, aunque de vez en cuando el remordimiento de no haber cumplido lo atormentaba.


Un día le contó al arzobispo su angustia, y éste le aseguró que con un rezo bastaba, eximiéndolo de su promesa, lo que hizo que Tristán se sintiera libre de culpa y lo olvidó.

Días después, el arzobispo se topó en la calle con Tristán: se veía flaco, enfermo, llevaba puesta una túnica blanca y en la mano, una vela encendida, le dijo a fray García que estaba cumpliendo su promesa. El arzobispo estaba sorprendido, por lo que en la noche decidió ir a visitar a Tristán a su casa. Terrible sorpresa se llevó al ver al hombre tendido, muerto, vestido con una túnica blanca y la vela con la que lo había visto en la mañana. El hijo le comentó que su padre había muerto al amanecer y había sido obligado a cumplir la promesa… ¡El arzobispo se había topado con el espíritu de su amigo que cumplía con su promesa hecha a la Virgen!


Después de tantos años, aún cuenta la leyenda que el espíritu de Tristán deambula penando por su calle, a la que el pueblo nombró “El callejón del muerto”.

Así que ya saben: a cumplir las promesas…

Tuesday, February 19, 2013

¿Para qué?




Por Ana Salazar Cabarcos

Me pides que te ame
pero tengo seco ese deseo,
pones a mis pies el mundo,
pero… ¿para qué?
si no tengo vida.

Deseas mi  pasión pero,
cielo; tengo el corazón oxidado,
me ofreces tu amor,
pero… ¿para qué?
sería desperdiciarlo.

Quieres que te bese eternamente,
más mis besos están cansados,
me ofreces los tuyos,
pero… ¿para qué?
mejor busca otros labios.


Lamento


Por Ana Salazar Cabarcos

¡Ay!
Qué dolor tan grande
me da verte niño de mis amores;
cómo sufro al respirarte,
y doy suspiros al contemplarte.

¡Ay!
Qué pena tan honda
me da escucharte niño de mi alma;
cómo lloro por no tocarte,
 y voy tocando para encontrarte.

¡Ay!
Qué soledad tan fría
me da pensarte niño de mis recuerdos;
cómo duermo para soñarte,
y voy soñando por cualquier parte.

¡Ay!
Qué risa tan loca
me da amarte niño de mis cariños;
cómo grito para llamarte,
y voy llamando sin escucharte.




El viento




Por Ana Salazar Cabarcos

El viento  relata en cuentos,
cuántas cosas él recuerda,
de los secretos que guarda el tiempo
bajo su negra y estrellada cabellera.

Llevando su libertad a cuestas;
en desnudez y osado atrevimiento,
deja escapar de entre sus manos
el embriagante olor a lluvia de una tarde.

Me alborota como un niño los cabellos,
deslizándose en mis labios como besos;
haciendo repelar a mi vestido
al son de la música del cielo.

Mis palabras se las guarda en el bolsillo,
revolcándolas primero en la hojarasca,
formando remolinos infinitos,
para luego marcharse con su flauta