Thursday, May 24, 2012

Soy una mariposa.



Por Ana Salazar Cabarcos

Hay una especie de mariposas que viven sólo 24 horas… yo soy de ésas.
No nací siéndolo, lo aprendí como método de supervivencia; a base de llanto, de angustia, de soledad, de incertidumbre, porque llegó el momento en que me sentí navegando sobre un barquito de papel en medio de la tempestad y por más que me esforzaba en ver alguna luz divina en el horizonte, una señal de esperanza no veía nada,  más que nubes oscuras y eso, nada de nada. El problema es que trataba de ver a kilómetros de distancia una solución, hurgando en el futuro que no existe, allá, en lo alto, en lo lejos,  sin darme cuenta que la solución era bajar la mirada y comenzar a navegar desde allí, partiendo del contorno de mi barquito fijando como meta unos cuántos metros adelante, cumplido el objetivo otros cuantos metros más, alcanzando pequeñas metas una y otra vez rumbo a un gran objetivo.
Estando en esos pensamientos vi pasar una mariposa, y me pregunté entonces cómo sería la vida de una mariposa tan pequeña y frágil, que en muchas especies  tienen una vida no mayor de 24 horas. Por la mañana nace llena de esperanza, como niña traviesa le da los buenos días al sol y extiende sus alas por el cielo recién pintado de azul, se va haciendo adolecente, ama intensamente, investiga, experimenta, aprende, fracasa, se pone triste, es feliz, llora, pelea. Al llegar la noche, cansada de tanta acción analiza su vida, tan corta pero tan fructífera, y con las patas aún cubiertas de polen, sigue posándose en flores, en campos y árboles regando vida, llevando color y sentido a la naturaleza que la recordará siempre.
En 24 horas de vida fue gran amante, seductora, al mismo tiempo que madre.
Al tiempo de su muerte ha vivido de todo.
Entonces yo decidí ser mariposa. Me levanto en las mañanas dispuesta a vivir la vida de ese único día de vida, me monto en mi barquito y procuro no fijar la vista en el horizonte alto, lejano, sino a unos cuantos metros y comienzo a remar con los brazos. En el trayecto río, canto, lloro, aprendo, reflexiono, me equivoco, recompongo, soy la mejor amiga, la mejor amante, absorbo mis 24 horas, si te amo te lo digo, y si no quiero verte también, no tengo tiempo de juegos y estrategia… ¡sólo tengo un día de vida!
Llegada la noche me envuelvo en mi capullo de sábanas y veo lo que fue de mi existencia que comenzó al amanecer, avancé quizás no muchos metros, pero fui hacia adelante, estoy en paz.
Doblo mi barquito y lo escondo debajo de la almohada, cierro los ojos y muero, para mí el monstruo del futuro ya no existe, solo existe el hoy… ¡Porque sólo soy una mariposa!






Wednesday, May 9, 2012

Siempre mía


Por Anna Salazar Cabarcos


En la morada temporal de mi existencia,
te amé tanto porque supe que me amabas,
porque dándome tu cuerpo como casa,
me hablabas de un amor que es infinito.

Nadie como yo escuchó tu voz,
ni se arrulló con la música de tu alma,
y al navegar en la tibieza de tus mares,
comprendí que serías mía…
siempre mía.

Al verte frente a frente te amé más,
y pasé a formar parte de tus brazos;
de ésas armas dispuestas a luchar,
en defensa de la cándida inocencia.

Fui creciendo sin soltarte de la mano,
como antaño, nos hallábamos unidas:
tú, viviendo la aventura de ser madre,
yo, gozando la experiencia de la vida.

Te venero por hacerme lo que soy,
por dejarme conocer la luz del día,
por ser fiel discípula de Dios,
por ser madre,
mi madre…
 ¡siempre mía!


                                            Mary Cabarcos de Salazar

Wednesday, May 2, 2012

El hombre del osito blanco.

Por Ana Salazar Cabarcos

Un grupo de personas nos encontrábamos conversando en un restaurant amenamente, cuando de pronto una mujer que estaba con nosotros en la mesa nos hizo la observación de que justamente atrás de mí, estaba sentado un hombre de aproximadamente 50 años y cabello rojizo hablando de lo más entretenido con su acompañante. Esto no tendría nada de particular a no ser que el acompañante de este hombre… era un osito blanco de peluche.
Disimuladamente volteé la cara para poder verlo con el rabillo del ojo, sí, efectivamente charlaba de lo más contento con un oso que a su vez, estaba sentado sobre una maleta para quedar a la medida correcta de la mesa y de la taza de café servida frente a él. El hombre le hablaba de cómo le había ido en el día, de lo que harían después, se reía feliz, contento, disfrutando de la compañía del felpudo animal con ojos de plástico y sonrisa dibujada con hilo,  que no dejaba de mirarlo como un zombi. Sentimos una mezcla de ternura y compasión por él. La única respuesta a esa conducta era que el pobre hombre padeciera de algún trastorno mental, que estaba como se dice vulgarmente, loco.Así paso una hora quizás hasta que el hombre le pidió la cuenta al mesero: pagó, con amor y delicadeza cargó al oso, tomó la maleta y partió con su enorme sonrisa dibujada en el rostro, como si ese oso fuera un tesoro, como si en verdad aquel juguete fuera el único que lo comprendiera, que lo escuchara, su fiel amigo, su confidente… su todo. La mujer de mi mesa le comentó apenada al mesero cuando se acercó: “Qué cosas pasan… ¿verdad?” Y el mesero le respondió: “El señor no habla con nadie, está así porque su esposa y su hija se mataron en un accidente… para él, ellas son su oso”. Entonces no pude contener las lágrimas, agarré mis penas que al lado de las de aquél hombre eran estupideces, y las pegué debajo de la mesa como quien pega un chicle: me avergoncé de ellas. Seguí al hombre con la mirada: iba erguido, heroico, distante, ajeno a un mundo de tan irreal como su oso.Hizo el paseíllo de los toreros que cruzan la plaza, pasando entre medio de los falsos amores, de la envidia, de los prejuicios, de la pose y de la hipocresía de muchos, llevando en el brazo no un oso: sino amor verdadero, eterno, incondicional. Sólo me quedó llorar con un llanto que me costó contener, mientras que con el rabillo del ojo algunos me miraban pensando: … “¡pobre loca!”.


Se desangra la Tierra.


Por Ana Salazar Cabarcos

Se desangra la Tierra,
con su sangre de agua de lluvia,
el suelo la bebe sediento
mientras sus venas de raíz de árbol,
alimentan las cortezas
las hojas
los frutos.
El olor a café inunda la casa:
afuera el frío que antoja un abrazo,
adentro la tibieza que añora un beso.
Mi perro sigue echado tras la puerta,
en la intemperie,
de vez en vez olfatea
siguiéndome la pista,
amarrándome a su existencia
a través de su húmeda nariz.
Teme perderme,
él sabe como yo
que las pérdidas no son buenas,
que duelen…
¡Cómo carajos duelen!
por eso me busca,
me huele…
¡Ah! Es miércoles y la Tierra sangra;
yo mientras tomo café.
El suelo satisfecho escupe el agua
que se va en riachuelos
calle abajo,
a juntarse con su madre el mar.









Tuesday, May 1, 2012

El viento

Por Ana Salazar Cabarcos

 

El viento me cuenta en cuentos,
cuántas cosas él recuerda,
de los secretos que guarda el tiempo
bajo su negra y estrellada cabellera.

Llevando su libertad a cuestas;
en desnudez y osado atrevimiento,
deja escapar de entre sus manos
el embriagante olor a lluvia de una tarde.

Me alborota como un niño los cabellos,
deslizándose en mis labios como besos;
haciendo repelar a mi vestido
al son de la música del cielo.

Mis palabras se las guarda en el bolsillo,
revolcándolas primero en la hojarasca,
formando remolinos infinitos,
para luego marcharse con su flauta.