Thursday, December 19, 2013

Un milagro de Navidad…
Por Anna Salazar Cabarcos

Me mandó un mensaje diciendo: “Mañana estén listas, vendrán conmigo a una cena para festejar la Navidad”… ¡¿Qué?! –Pensé casi en shock- ¡¿Cómo es posible que mi enemigo número uno, la persona que más daño me ha hecho en la vida, a quien no le han importado las desventuras y  peripecias que he tenido que pasar sola con mis hijas en un país ajeno al mío, por haberlo dejado todo “por amor”, para que después me colocara tremenda cornamenta; frondosa y bien calcificada, con quien me he dado hasta con la cubeta en la cabeza, me esté invitando a cenar?! ¡Si ni casados pasó una Navidad con nosotras! ¿Será que ahora sí viene el fin del mundo? ¿Estará poseído? ¿El pobre estaría siendo víctima de un lapsus esquizofrénico?

Quedé pasmada de la impresión, pero pensé: ¿y por qué no darme la oportunidad de vivir esa experiencia, dársela a él, a mis hijas? En la secundaria me gustaba la clase de ciencias, más cuando eran los días de ir al laboratorio: me gustan los experimentos, aunque, los experimentos tienen sus riesgos, porque igual tu ímpetu aventurero te lleva a descubrir algo maravilloso, como te hace explotar y quedarte sin dedos, todo chamuscado.

“Sí” –dije vacilante-, “Sí” –me repetí para convencerme-, “¡Sí vamos!” –asegure firmemente, valiente. " ¡Sí, sí, sí!" Y a lo hecho... ¡pecho!

Dio la hora acordada, pasó por mi hija pequeña y por mi a la casa. Me subí a su camioneta… ¡si, a su camioneta! ¡Yo, ahí, sentada, junto a él, sin quererle dar un puñetazo en la cara y él, manejando a un lado de la maldita bruja que va linda y perfumada!… ¡¿What?! ¡Que locura!

No sabíamos que decir… sólo nos hemos ofendido, reclamado e insultado durante 5 años… ¿Qué le digo? ¿Qué me dice? Superficialidades, lo más cómodo y fácil en estos casos.

Llegamos a un lindo restaurant de comida italiana, nos condujeron a la mesa, pedimos algo de aperitivo. Nuestra  pequeña hija se veía radiante, feliz, su carita iluminada, y me dije: “Por esta carita… ¡todo vale la pena!”. Al poco rato llegó la hija mayor con su esposo: no entró la mujer de 22 años que era 10 minutos antes de llegar al lugar: entró una sonriente e ilusionada  niña de 10 años a reunirse con sus padres... ¡mis hijitas!

Bien: la familia estaba completa. Él se veía contento, en paz, amable. Comenzaron a platicar, a contar anécdotas divertidas, a reír, entonces  puse la palanca en automático y dejé  sentado allí a mi cuerpo, mientras mi espíritu se colocó a distancia para contemplar, con emoción, aquella hermosa postal viviente de los milagros que suceden en la Navidad.

En esa mesa no existía rencor, ni dolor, no había rastros de sufrimiento y los reproches al parecer andaban de vacaciones.  La gente que cenaba en el restaurant fue absorbida a otra dimensión y desaparecieron, era un universo en donde sólo existíamos 5 personas que acababan de nacer en ese instante. Los recorrí uno a uno y en verdad estaban felices, no era pose o compromiso… ¡era real! Música de piano, luz ambar, linda decoración, cena deliciosa: producción  perfecta para esta escena de la película que rodamos sobre la historia de nuestras vidas… ¡Ya quisiera  Hollywood!  Las risas y la emoción de dos hijas, un querido yerno que vale oro, el papa de mis hijas…o sea, el ex…y yo… y yo viviendo un momento que jamás imaginé.

Como en el cuento de Cenicienta el reloj comenzó a romper la ilusión a campanadas. Como burbujas de jabón las pompas se fueron reventando poco a poco. La gente del restaurant comenzó a salir de la puerta dimensional que los había tragado y fueron apareciendo sentados, como si nada hubiera sucedido.

Mi espíritu los besó uno a uno y regresó a su cuerpo plácido. Marifer y Travis se despidieron y marcharon.  Él nos trajo a casa: “Gracias por esta noche inolvidable” –acerté a decir- , “Por nada, gracias a ti” – me dijo amablemente.

Entramos a casa Monse y yo,  cerré con seguro la puerta, la camioneta partió y con ella, una de las noches más memorables de mi vida. Mi hijita inmensamente feliz me dijo: “¡Mami, yo le había pedido este deseo a Dios: ver a mi mami y a mi papi juntos algún día! ¡Se me cumplió mi deseo!”

Los milagros existen… ¡esta noche fuimos los participes de uno de ellos!


Fin de la escena. 

Sunday, December 15, 2013

No estaba muerto...

No estaba muerto…
Por Ana Salazar Cabarcos

Me paro en medio de la oscuridad, en la estación del tren que apagó las luces y las voces hasta el día de mañana. Los rieles yacen cansados, rígidos y fríos en la noche solitaria.

Allí estoy, oyendo la respiración tibia que lanza nubes por mi nariz. Estamos solo las luciérnagas y yo. La soledad tiene sonido, la nada se oye como el mar atrapado que vive adentro de los caracoles.

Entonces, siento que mi corazón se tambalea en la repisa que tengo metida en el tórax, lo saco, esta helado, no es rojo, es azul como un cadáver de la morgue. Lo acaricio pero no reacciona, lo beso pero no se emociona como antes con los besos.

Siento tanta nostalgia por tener algo muerto injertado en las entrañas, que comienzo a llorar. Las lágrimas resbalan lentas, tibias, insípidas pues de tantas, la sal se ha terminado. Una cae encima del corazón, dos, tres, una cascada… mojado, se comienza a pintar de rosado, se vuelve rojo,  convulsiona  tímido  al principio y encarrerado, se contrae y se expande pleno. Entonces…no está muerto… ¡no lo está!

Resucitado, acurrucado entre mis manos flotando en una alberca de lágrimas, me dice que está vivo pero prefiere estar dormido. Cierra los ojitos, lo seco de lágrimas y lo tapo con un pañuelo. Le canto una canción de cuna y al besarlo para despedirnos, se estremece.

Lo vuelvo a poner en su sitio: en la repisa del tórax y cierro.

Ya va a amanecer, el sol comienza a estirarse y  muestra los brazos  de luz allá, en el horizonte negro salpicado con agujeros brillantes.

Las voces, los pasos, los perros, la mujer que vende flores, el ciego, el cojo, el tren regresan.


Me voy a casa.


No dejo de llorarte



No dejo de llorarte

Por Anna Salazar Cabarcos


No dejo de llorarte cada noche,
cada día,
voy arrastrando tu recuerdo como una pesada losa:
estás vivo…
pero estás muerto…

El que eras ayer cuando aprendí a quererte se esfumó,
¿A dónde quedó el hombre que sentía, que lloraba?
¿Qué fue del hombre que rezaba abrazado a mí?
¿En qué parte se perdieron nuestros sueños, nuestras ilusiones?
sólo quedó un trozo de ser,
insensible y vacío…

¡¿Quién se robó tu alma?!
quisiera saber dónde encontrarla,
para llevarla de la mano de regreso a ti.
Hoy estoy de luto por tu causa,
porque estás vivo…
pero estás muerto…

Tu mirada otrora dulce,
es de un fondo oscuro que da miedo,
y tu voz de antaño cálida,
es de palabras cortas, tajantes, más frías que esta noche.

¿A dónde fueron a tirar tu risa de niño?,
para ir a recogerla y pegarla de nuevo a tu boca.
¿En qué lugar dejaste abandonado mi corazón?,
pues me ha quedado vacío el pecho,
con un hueco que duele al respirar,
que no me deja reír,
vivir.

Por dentro estoy vestida de negro,
tu ausencia me muerde las entrañas,
mi sangre es sólo agua.
Lo que eres hoy no lo conozco,
lo que fuiste antes es lo que lloro;
sí, mi alma estará eternamente ensombrecida por tu causa,
porque estás vivo…

¡pero mi gran amor de ayer está muerto!

Friday, December 13, 2013

La maldición del escritor

La maldición del escritor

Por Anna Salazar Cabarcos

Es la profesión más infame e ingrata que pueda existir: no por la profesión en sí, sino por cómo es  tratada y vista en la sociedad.

Los escritores somos limosneros que a cambio de unas monedas regalamos nuestros sentimientos, pensamientos materializados en letras, ideas, les facilitamos el trabajo a los “genios” que con nuestra labor se alzan en los brazos de la gloria, y se hacen ricos, famosos, cuando ellos  no son capaces de hilar dos ideas y ponerlas  impresas en un papel.

De la cabeza del escritor nacen bellas historias que son la columna vertebral, la base, los cimientos del producto que más tarde, llegará al público. Pero somos los que menos ganamos, a los que les cuesta y les duele pagar, a los que no importa que  no se les pague.

Somos los pendejetes sentimentales que se entregan a las causas, que se suman a los ideales que con vana palabrería y deshonesta destreza nos presentan: y creemos.  Somos presas de tiburones hambrientos que quieren hacer negocio a costa de nuestro talento, y que cuando ven la obra en el papel, la minimizan: “Yo hubiera hecho esto mejor” -se piensan- “¡Esto está tan fácil! ¡¿Y va a cobrar?!” -se preguntan a sí mismos- “¡Híjole, no hay dinero, no tenemos presupuesto! Aguántanos al 30 de febrero a ver si cae algo y te pagamos ¿Cómo ves?” -te  proponen- Mientras ellos se llenan los bolsillos de billetes sacando dinero de aquí y allá, vendiendo la idea del pendejete e iluso escritor al mejor postor.

Adivinaste: el 30 de febrero nunca llega…

Se necesita estar loco para ser escritor: pasar horas que parecen eternas sentado frente a una computadora, ajeno al tiempo que empuja las manecillas del reloj como esclavo, en círculos perfectos, con su martillito haciendo: tic-tac tic-tac.

¡De qué valen las letras en un mundo de números! ¡De que sirven los sentimientos en una humanidad seca! Seguramente hubiera ganado más poniéndome una diminuta minifalda y un corset a punto de estallar, parada por las noches en una esquina debajo de un farol, fumando un cigarrito con mirada matadora, seduciendo a clientes con el liguero de fuera; pero soy muy friolenta y no fumo.

Tal vez de ama de casa, viviendo cómodamente mantenida por el marido cuidando a los pequeñines, toda la tarde viendo novelas y haciéndome manicure, pero no quiero arriesgarme, tengo imán para los vividores; me case con dos. A lo mejor si hubiera seguido en la política sería muy rica, pero no me gusta decir mentiras.

¡Maldita suerte, sólo sé escribir!

¿Por qué me toco jugar este papel en la Cadena Alimenticia Social? ¿Por qué no fui piraña para tragarme a los estúpidos peces incautos que nadan como idiotas reventando burbujitas? ¡¿Por qué me toco ser pez incauto, aunque ame las burbujitas?! ¡Bah!

Ojala algún día prohíban ser escritor: duele el alma y aplana el trasero.






Wednesday, December 11, 2013

¡Méndiga muerte burocrática!

¡Méndiga muerte burocrática!

Por Anna Salazar Cabarcos
Hasta para morirte tienes que hacer  una antesala cansada, sufrida, como cuando te toca consulta en el IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social).
Está bien, tenemos que “estirar la pata” algún día, lo acepto, pero quiero hacerle una propuesta a Dios, a San Pedro, San Cuilmas o quien sea el encargado de darnos el “levantón”: ¿por qué no nos evaporamos solamente? Si ya nos llegó la hora ¿por qué no explotamos como huevo en el microondas y se acabó, así, rapidito y sin dolor? (el problema será para el que tenga que limpiar el batidero que quedó de nuestra explosión). O simplemente nos cae un rayo divino y nos electrocuta instantáneamente.
Esto viene a colación porque acaba de morir la tía Chofi, mi comadrita adorada. Una mujer buena, contenta con la vida, pacífica, risueña, cariñosa que de un día para otro, hace exactamente tres meses, descubrió un granito insignificante en un pecho que a la postre, resultó ser un cáncer fatal y devorador que terminó con su vida apenas ayer. Lo mismo pasa con miles  de seres humanos todos los días: después de agotadora antesala finalmente cierran los ojitos para siempre, pero son meses esperando con angustia el desenlace, las horas pasan lentas y lo peor de todo, es que para hacer más odiosa la espera te atiborran de medicinas, te picotean las nachas con charolas de inyecciones, te dejan como coladera las venas de tanto piquete, caldos de pollo que saben a jugo de trapo por lo desabridos: prohibidos los tacos de carnitas, la barbacoa, los sopes de la esquina, tacos de suadero, las aguas de horchata… ¡total! que ni una cervecita bien fría para quitarse el sabor amargo que las medicinas  dejan… ¡que injusticia! ¡Así no se puede morir nadie a gusto!

Si algún día me tengo que morir ojalá que sea en mi cama, calientita, después de una noche de rumba, con los pies hinchados de tanto bailar, ronca de tanto cantar, el corazón exhausto de tanto amar… que de repente me evapore, que no me toque hacer una antesala como en el Seguro Social.