Monday, August 4, 2014

Meditaciones de domingo...

Hoy ha sido un domingo especial, raro verano en California: nublado y con llovizna. El ambiente está húmedo, el cielo gris y algo, no sé qué, hace de este día uno de ésos que recordaré con alegría melancólica todos los días grises, tibios y húmedos de mi vida.

Cuando desperté a eso de las 6 de la mañana (no por gusto, sino por culpa del maldito insomnio que me ataca durante toda la noche y me saca de la cama apenas se asoma el sol), tomé el celular de la mesita de noche y me puse a curiosear en internet antes de levantarme. En Facebook encontré un post que llamó mi atención, decía: “Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de automutilación psicológica donde el amor propio, el autorespeto y la escencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente” Walter Riso.

Me cayó como anillo al dedo, porque las veces que he amado, me he embrutecido de amor y el chiste me ha salido muy caro. Dependí ciegamente y me olvidé de mí, amé a otra persona sobre mí misma dejando el amor propio pisado, revolcado en el polvoriento suelo. Amé tanto que no me respeté y permití que se me faltara el respeto, caí tan bajo la primera vez que padecí ceguera de amor, que llegué a ser golpeada, humillada… pero un día abrí los ojos, agarré valor, tomé aire y salí corriendo con una bebita entre los brazos, mi tesoro estaba a salvo ahora.

Pasaron los años y otra vez el virus de la ceguera de amor volvió a atacarme: permití que se me enterrara en vida, que se me escondiera a pesar de ser esposa, fui negada, volví a depender, a creer ciegamente en quien no debía, el autorespeto se puso en huelga y se marchó lejos, el amor propio  lloró como loco y finalmente mi esencia que ofrendé por amor y con amor, quedó hecha pedazos entre las garras de la traición, la peor traición de mi vida. Me caí, me levanté, llené de aire mis pulmones y a pesar de estar a miles de kilómetros de distancia de mi familia, sola en un país extraño, agarré de la mano a mi hija y llevando en brazos a un nuevo tesoro, decidí enfrentar la vida con ellas, las tres juntas.

Nadie tiene la culpa de nuestros infortunios, nosotros  permitimos que las cosas sucedan, no ponemos límites, ni exigimos respeto, no ponemos reglas, dejamos que otros nos pongan condiciones para amarnos, que nos manipulen, caemos en una sumisión imperdonable por “miedo a que nos dejen”. No le carguemos la responsabilidad a nadie: CADA QUIÉN ES CULPABLE DE LO QUE LE PASE PORQUE PERMITE QUE PASE.

Meditaciones matutinas que fortalecen el espíritu…

Un día ocupado, muchas cosas que hacer. Por la tarde llegué a casa de mi hija mayor que ya está casada, reímos a la menor provocación como acostumbramos, conversamos interminablemente de todo y de nada, tomamos café con galletas y los cuatro (Mi hija mayor, mi yerno, mi hija menor y yo), nos fuimos a pasear a nuestros amados 3 miembros peluditos de la familia: Peanut, Bubbles y la nueva adquisición de mi hija y mi yerno, Mr. Black.

Ya eran las 10 de noche y entre perros, risas y bromas fuimos a un parque deliciosamente solitario. Mientras corrían y jugaban con los perros, me senté en un columpio y comencé a balancearme, el viento fresquito, silencio divino que era roto de repente por las carcajadas que se oían a lo lejos. La noche oscura y la luna, envuelta en nubes grises.

Me sentí afortunada, inmensamente feliz, porque tengo conmigo dos tesoros creados con el amor más puro y sincero que pude dar. Ellas son el producto de mi amor.

La vida es hermosa. El enfrentar la vida sola con dos hijas en Estados Unidos, me hizo depender sólo de mi fe en Dios y de nadie más: Él ha sido y será la columna de mi existencia. Mi amor propio ha sanado, soy quien soy y quién me quiera, me tendrá que querer con mis defectos, virtudes y manías. Me amo y me respeto como nunca, sé a dónde voy, lo que quiero y lo que no quiero. Puedo negociar, pero jamás renunciar a lo que soy, a mis creencias y convicciones, a mis principios y filosofía de la vida.

Como niña sigo columpiándome en esta noche maravillosa, comienza a lloviznar, es hora de regresar a casa.

Volvemos jugando, Travis carga a Momo y la pasea sobre unos sprinklers, queda empapada y Marifer festeja la broma, son casi las 11 y en la calle solitaria vamos dejando felicidad embarrada en la banqueta. La Luna se asoma de repente para espiarnos, sigue el chipi chipi tibiecito cayendo del cielo.

¡Qué bendición es vivir este momento!

Sólo tengo amores de luz…


Nunca más amores ciegos…