Monday, December 15, 2014

Ayotzinapa


Por Ana Salazar Cabarcos

México está crucificado por la corrupción,
el descaro, la impunidad, la prepotencia y la soberbia
de “los que todo lo pueden”, porque a través de la malicia,
hacen suyo el privilegio de gobernar.

¡Hasta cuándo pararán de llorar  las madres, a sus hijos masacrados!
¡Hasta dónde llegará la inmundicia disfrazada  de “elegante”,    
 “ influyente”  y de “clase alta”, que todo lo corrompe y pudre!
¡¿Quién escuchará nuestras voces apagadas a punta de pistola?!
¡¿Cuándo se presentará la justicia;  implacable y sin distinciones, a salvar a los millones de mexicanos que sólo piden vivir en paz y trabajar dignamente?!

Los cuerpos fallecen y desaparecen,
pero las almas son eternas, inmortales como los ideales.

Cada gota de sangre derramada por un inocente,
riega una semilla que germina,  florece y se extiende, 
como enredadera,
por los pueblos y ciudades, 
atravesando veredas, ríos, montañas y valles…

No hay noches eternas… tarde o temprano volverá a salir el sol, hermanos…tarde o temprano.


Wednesday, December 3, 2014

Un árbol

Ana Salazar Cabarcos

Cada día que ha pasado en su vida, yace en forma de hoja en la tierra mojada, que como el tiempo, absorberá su esencia y la devolverá en forma de nueva vida, de aspecto diferente: quizás hecha hongo, pasto, o flor.

El tronco majestuoso se yergue solitario, sólido, seguro de sí mismo, porque los años le han dado fortaleza. Las raíces como tentáculos de madera escarban y se entierran en lo profundo, como anclas. Sus brazos se extienden gloriosos: desnudos en otoño o vestidos de verde en primavera. Él no necesita de nadie para ser lo que es. Las inclemencias del tiempo, los insectos y parásitos pudieron herirlo en la niñez, cuando no era más que una rama debilucha y temblorosa, o en la adolescencia, cuando su cabellera no era tan frondosa y aún, corría peligro de ser llevado por el viento. O en la edad adulta quizás, pero hoy, la piel de corteza  gruesa es eficaz armadura.

Él, no necesita de otros árboles para ser feliz, porque la felicidad se la dan los pájaros que hacen  nidos en sus entrañas, las mariposas que reposan en sus hojas, los enamorados que se susurran juramentos al oído, los niños que ríen a carcajadas al columpiarse en sus ramas, o los ancianos que se sientan a sus pies, a descansar, a recordar el ayer. Es amigo del viento que lo sacude juguetón, de la lluvia que le baña el cuerpo,  del Sol con quien en complicidad, hace sombra.

Algún día dejará de sacar hojas de su costal escondido en la barriga, se volverá gris, marchito, seco, y como estatua de piedra quedará de pie, pero hueco.


Hoy aún es rey altivo, jerarca del campo y de los bosques, director de orquesta, amante de los rayos, padre de la fresca sombra, cobijo de los secretos, cuna para los que nacen, pizarra para los que de amor mueren… es un árbol, un árbol.