Thursday, January 23, 2020

Tuesday, January 14, 2020

¿En dónde está Dios?



Por Ana Salazar Cabarcos

“¡¿En dónde está Dios?!” Se pregunta el ateo, el agnóstico, el incrédulo y el creyente.

 Dios existe en todas partes, a veces,  más en la mente de los que  “no creen”, porque dedican parte de su existencia  (algunos de manera obsesiva) a tratar de explicar porque, según ellos, Dios no existe: quizás es la jocosa manera que tiene Dios  de hacerse presente en sus vidas.

Muchos “no creyentes”, en sus últimos momentos de vida hacen alusión al Creador, o en momentos de peligro. Esto me hace recordar un día que me encontraba en un edificio de 25 pisos en Los Ángeles, California. Trabajaba en un programa de radio ubicado en el último piso, de pronto,  un fuerte temblor comenzó a sacudir la tierra, el edificio que seguramente tiene una base hidráulica, se movía como péndulo de reloj. En uno de los grandes ventanales pude ver como se balanceaban  los altos edificios de enfrente: aterrador.

Rápidamente, me quite las zapatillas y descalza, corrí  hacia  las escaleras de emergencia, en donde piso a piso se iba sumando gente. Me temblaban las piernas, quería volar, esos 25 pisos se me hicieron eternos.

Al llegar a la planta baja, me congregué con mis compañeros alrededor de una fuente en un jardincito de afuera. Pasado el susto y recobrado el color, empezaron las burlas: yo iba descalza y se reían porque dijeron que me vi muy chistosa aventando el bolso y los zapatos para salir corriendo, pero especialmente reímos porque un compañero, que siempre renegaba de la existencia de Dios y se ufanaba de “ser ateo”, al que le gustaba debatir con quien creía,  ese día, en cuanto empezó a temblar, entre el zarandeo que traíamos en el piso 25… ¡fue el primero en comenzar a rezar! “¡Diosito chulo, sálvame por favor!”.

Y así,  me  sé muchas historias de “no creyentes”.

Dios está presente en el flujo de la sangre, en los ventrículos del corazón, en la configuración de las células, en la electricidad de las neuronas.
Dios, se hace presente cuando abres los ojos cada mañana, existe en tu subconsciente aunque tu libre albedrío no quiera reconocerlo.
Dios se manifiesta en el amor que sientes por tus padres, hermanos, por tu pareja, tus hijos, por el amor al prójimo, a la naturaleza.
Dios es quien te lleva de la mano para ofrecerle ayuda al necesitado: a través tuyo da el pan, el agua, abrigo y un abrazo de consuelo a quien lo necesita.


¿Tienes que verlo físicamente para creer? ¿No te basta ver la maravilla de los amaneceres y atardeceres desfilar frente a ti, sin descanso? ¿No es suficiente saber que vivimos en un universo infinito, en un planeta que cuelga como una esfera en un árbol de billones de planetas brillantes como luciérnagas en medio de la noche? ¿Cómo lo explicas? Si la ciencia no ha encontrado la cura a algo tan terrenal como la diabetes, al cáncer, al VIH… ¿Cómo pretende negar la existencia de Dios y explicar la creación del universo? ¡Es ridículo!


La gente que “no cree” culpa a Dios de las desgracias: de las enfermedades, de la pobreza, de los accidentes, de los cataclismos y desastres naturales, sin aceptar su responsabilidad, sin admitir que somos nosotros en gran medida, los causantes de todos los males que aquejan a la humanidad.

Dios no tiene la culpa de que elijamos gobernantes tiranos, represores, corruptos que tienen hundidos a sus pueblos en el hambre y la pobreza. Ni tiene la culpa de nuestros vicios, de nuestras carencias afectivas, emocionales, culturales, morales. No tiene nada que ver con nuestra decisión de destruir al planeta y con la estúpida idea de querer someterlo a nuestros caprichos, tratando de adaptarlo a nuestras necesidades.


Esto último me hace recordar  un documental que vi sobre Venecia, ciudad italiana construida artificialmente sobre  un lago, que desafortunadamente se está hundiendo y los científicos están muy preocupados pues vislumbran una catástrofe… ¿Dios tendrá la culpa? O ¿Dios tiene la culpa de que la gente se asiente en las faldas de volcanes altamente peligrosos? ¿De los terremotos propios de un planeta vivo, de los tsunamis, de los eclipses? ¿Es culpable acaso de que un hombre alcoholizado estrelle su auto contra otro robándole la vida a una persona inocente? ¿Dios es culpable de que en una noche de juerga, en un momento de placer una mujer salga embarazada y cometa un crimen cada vez más común llamado “aborto”? ¡Dios, Dios, Dios! Siempre será el culpable de nuestro mal uso de la libertad, de las circunstancias causadas por nosotros, por otros, por nuestras irresponsabilidades.


En nuestra condición tan primitiva de “humanos”, somos insaciables y no tenemos la conciencia de admirar y valorar la grandeza de estar vivos, de experimentar (por el tiempo que tengamos destinado) con agradecimiento la gran aventura y oportunidad de existir. Pretendemos ser inmortales, vivir en un paraíso creado con nuestra imaginación influenciada por Hollywood.

Dios va más allá de nuestro entendimiento.
Dios no se ve… se siente.
A Dios  no se le busca explicación: se le deja fluir dentro de uno mismo.
La fe, es creer que lo que es, es: simplemente un regalo que no tiene cualquiera.


Debemos tener a Dios presente no sólo en los reclamos, en las desgracias, en el peligro, en los fracasos, en la enfermedad  y los reproches: debe estar  presente también  en las alegrías, en los logros, los éxitos, en la salud, en la seguridad, el  bienestar y nuestro hogar, debemos mostrar agradecimiento en todo momento por el simple hecho de existir.



Tú, que “no crees”, eres más creyente de lo que te gustaría imaginar.
Tú, que crees…  practica tu amor a Dios cada día, a través de tus actos: “Por sus frutos los conoceréis” .





Sunday, January 12, 2020

El Popocatépetl y yo


Crónicas nocturnas


Recuerdo que allá, por 1985 más o menos, un día mi papá llego muy contento a casa  con un sobre con documentos bajo el brazo.

Yo tendría 19 años. Nos reunió en su recamara junto con mi mamá y mis tres hermanos y nos dio la gran noticia: “Construiremos una casa en las faldas del volcán Popocatépetl… ¡aquí están las escrituras del terreno!”.

¡No podíamos creerlo! Muchas veces habíamos ido a las inmediaciones del  volcán de día de campo,  su bosque era  maravilloso, y cuántas veces jugamos en el río de aguas heladísimas, o correteamos en la nieve en invierno… ¡ahora tendríamos una casa allí!


Mis hermanos son menores que yo, y estábamos vueltos locos celebrando la buena noticia. Comencé a diseñar la cabaña y le daba las ideas a papá, incluso las dibujaba.

El fraccionamiento se llamaba “Buenavista” y en su publicidad, decía que tenían planeado construir un teleférico, una pista de descenso para esquiadores, hotel de 5 estrellas y el área habitacional con cabañas. Habría restaurantes, tiendas y se convertiría en un gran destino turístico nacional e internacional.



Comenzamos a ir regularmente cada domingo.

Siempre pasábamos primero al albergue de Tlamacas, en donde nos bajábamos a comprar golosinas y veíamos a grupos de alpinistas organizándose para subir. Recuerdo que de allí tomábamos una desviación, y nos esperaban 13 kilómetros de camino de terracería, que hacíamos como en casi una hora.

Antes
Hoy abandonado



¡El paisaje era hermoso! A veces cuando llovía muy fuerte, los caminos de tierra se desmoronaban, se formaban enormes baches de lodo y una que otra vez se nos quedó atascado el coche.

Un día fuimos con un grupo de amigos de la familia, en caravana. El auto de nosotros se atascó y todos nos acomedimos a empujarlo. De repente, en un arrancón el coche salió patinando dejando tras de sí una cascada de lodo que nos bañó… ¡fue muy divertido!


La primera vez que fuimos ya con las escrituras, no sólo de paseo, sino a ver en donde construiríamos nuestra futura casa de campo, mi papá se estacionó frente a un árbol (los arboles cada cierta distancia tenían  números):

-         ¿Ven ese árbol? (nos señaló un enorme pino) Pues de ese árbol al otro de allá, es nuestro terreno.

Mis hermanitos y yo bajamos de la camioneta como si bajáramos de la nave Apolo: allí iban Neil Armstrong, Edwin Aldrin, y Michael Collins a conquistar nuevas tierras (el menor se quedó con mamá dentro de la nave esperando confirmación de que para él, era seguro bajar).

Era terreno virgen, olía a pino, se escuchaba el rio a lo lejos…Había algunas lindas cabañas construidas, una aquí, otra lejos por allá.


Jugábamos pelota, nos trepábamos a los árboles, íbamos al río y seguíamos su trayectoria: unas veces despejada y otras escondida entre grietas de la montaña.



Éramos corceles, briosos, incansables.

Ya a la hora de comer, nos dirigíamos a un restaurant del fraccionamiento que tenía un lago. Comida típica, antojitos mexicanos: sopes, tlacoyos, cecina, sopa de hongos, quesadillas y el infaltable café de olla con canela.



Siempre regresábamos antes de que comenzara a oscurecer pues la ruta hacia Tlamacas, por el camino de terracería, era un poco peligroso ya que en tramos era estrecho, con precipicio al costado.

¡Pasar junto al volcán era impresionante!

De repente, un día el Popocatépetl o Don Goyo, como le dicen de cariño, despertó. Iniciaron las lluvias de ceniza, las expulsiones de lava, los tremores… fue el principio del fin de nuestros sueños de tener una casa en las faldas del volcán.



La última vez que fuimos, el albergue de Tlamacas estaba cerrado y  había un retén: prohibido el paso.

Atrás quedarían los días en que veríamos a los alpinistas en grupos, con sus chamarras de colores brillantes prepararse para iniciar el ascenso. Ya no brincaríamos como ranas por los escalones tipo pirámide de la entrada… ya no volveríamos a ir a nuestro pedazo de Luna conquistada.

Le pregunte al hombre que cuidaba el retén (era como un campesino, estaba solo, en un ambiente lúgubre y desolado)

-        - ¿Qué pasa cuando el volcán va a tener una exhalación?
-     -  ¡Se oye muy feo! –me dijo con las manos metidas en los bolsillos de su chamarra de lana a cuadros rojos. Es como si prendieran la turbina de avión… ¡muy fuerte!
-         - ¿Y tiembla?
-       -   ¡Claro! Todo vibra…
-       -   ¿Y no le da miedo?
-       -  ¡Pues aunque me dé, aquí me tengo que quedar, pa’ donde voy a correr si el pueblo está bien lejos!

Con la vista revise alrededor y no, el señor no tenía  coche, solo una vieja bicicleta recargada en la casetita del retén.

Cuando dimos la vuelta para regresar a casa, tristes, abrí la ventana del auto, el aire helado me baño la cara y volaba mi cabello. Entonces allí recordé algo que pensé un día que papá y mamá nos llevaron a la misma falda del volcán para subir: el paisaje de roca normal se iba convirtiendo en arena negra, finísima, resbaladiza, y como si del espacio se tratase, en medio del mar de arena negra emergían, espaciadas, enormes rocas redondeadas. Entre ésa visión tan única y surrealista, después de subir trabajosamente un buen tramo, voltee hacia el mundo, extendí los brazos y baje corriendo en picada, deslizándome sobre la arena volcánica, moviendo los brazos como queriendo volar, y pensando:

¡El día que muera mi espíritu va a subir volando hasta el cráter, y voy a dar muchas vueltas jugando, como un satélite, por mi hermoso volcán Popocatépetl!


Un hombre en la noche


Crónicas nocturnas


Al salir del trabajo, ya las puertas cerrando, un hombre pretendía entrar y el supervisor le dijo amablemente, que ya estaba cerrado... el hombre quería un cafè.



El señor, una compañera y yo bajamos juntos por las escaleras elèctricas. Era como de unos 40 años, de acento armenio, era obvio que no tenía hogar, pero iba bien vestido , con un sweater azul cielo y unos jeans, a simple vista se veía educado y amable. Su barba, muy tupida y negra.

Me hace conversaciòn:

- En dònde queda un 7-eleven?
- En la avenida Foothill, a la izquierda... -le contesto.
- Pero... por dònde?

Y como me di cuenta que no tenía ni idea de donde estaba, le expliquè màs detalladamente:

- Siga derecho y en donde està el banco, en la esquina, a la izquierda, como a dos calles...
- Son màs de 10 minutos caminando?
- Depende, si camina ràpido o despacio...
- No puedo caminar muy ràpido... mi backpack pesa mucho... pero necesito un cafè.

En la espalda traía cargando un back pack negro, grande, y pensè (quizàs estoy equivocada), que èse hombre acababa de llegar al país.



Me diò tristeza recordar lo duro que es venir aquí sin familia, con muchas ilusiones, sueños. Y recordè el miedo que da no saber el idioma, ni las costumbres, ni las estrictas reglas, es un mundo totalmente diferente al que pertenecemos: ser inmigrante en Estados Unidos es de valientes!

Y entonces lo vi irse ràpido, cruzar la vía del tren y enfilarse hacia la Foothill, en medio de la noche (muy solitaria, por cierto).

Espero que se haya comprado su cafè calientito, que le ayude a entibiar los sueños en èsta noche fría, y se los conserve vivos e intactos.

Yo, me subo a mi auto y voy a casa, y en el camino me arrepiento de mis preocupaciones y angustias, porque tengo un lugar a donde llegar a dormir, y a mis hijas que me esperan, seguras, porque tengo alimento y cobijo y èl, èl sòlo tiene su pesado back pack en donde carga su mundo.

Ya en casa, me hago un cafè... le doy un sorbo y pienso que quizàs èl tambièn estè tomando el suyo.

Hace tanto frío afuera...


Y como èl, hay tanta gente buena, sin hogar , de los que no sabemos su historia quizàs de lucha, de rebeldía contra su destino , y pasan inadvertidos, escondidos entre nosotros durante el día, siendo uno màs: pero bajo la Luna son sombras en busca de un rincòn seguro dònde acurrucarse para pasar la noche, son bultos cubiertos de cobijas viejas y cartones en la banca de un parque, son seres humanos que tienen miedo, incertidumbre, hambre, pero sobre todo, mucho valor.


He terminado mi cafè... hasta mañana.