Thursday, November 19, 2015

Dios… cada quién escoge el suyo.

Por experiencia personal, descubrí que cada ser humano cree en un dios diferente.

Hay quienes evocan al castigador, un dios terrorista, apocalíptico, “hollywoodezco” que está listo para destruir de  manera horripilante y sádica a quien no acate sus designios y caprichos más terrenales que un restaurant de Mc Donnalds  (con managers y todo).

Otro dios es el que perdona lo que sea con tal de que se arrepientan mucho mucho mucho, perdona el mismo error una o cien veces, pero hay que arrepentirse mucho mucho mucho: infidelidades, abandono de hijos, promiscuidad, prostitución, robo, muertes, fraudes, mentira, odio, envidia, traición, mientras se arrepientan mucho mucho mucho los perdonan y borrón y cuenta nueva, listos para volver a hacerlo, y arrepentirse, y hacerlo, así hasta que el cuerpo aguante… ¡están bien con su dios porque se arrepintieron “harto”, hasta “chillaron”!

No se queda atrás el dios empresarial, quien seguramente tiene una cadena de  bancos hechos de  oro arriba de las nubes, a donde va a dar todo el dinero que algunos terrícolas dan para ganarse sus perdones y bondades en las sucursales del cielo aquí en la Tierra.  Lo peor de todo es que no dan recibo para reclamar cuando se llegue la hora de morir, y salgan con que las entradas que compraron a los revendedores para entrar al paraíso son falsas… ¡a quién reclamar si ya no se puede regresar! ¡Ni modo que de zombie!

¿Y qué me dicen de los dioses “made in China” de carne y hueso (por eso de las copias chafas)? que se enferman, que les da fiebre, que pujan para poder juntar para pagar la renta, que pelean, odian, tienen envidia haciendo apología a las debilidades humanas más puras, tienen que trabajar si no, no comen, se deprimen… ¡que dioses tan “cheap”!

Está también el dios del “showbiz”, que lo único que lo hace feliz, es que los domingos se monte un show maravilloso, emotivo, donde haya “harto” arrepentimiento, juramentos, todos se prodiguen “amor”, buenos deseos, “buena vibra”, es feliz viendo un espectáculo de esperanza, unión, fe… ¡aunque de lunes a sábado a nadie le importen un rábano esas cursilerías de “amor al prójimo”!

Y así, cada cual tiene el suyo…




Mi Dios, por ejemplo, es una fuente de amor infinito, de perdón (y como mi Dios es supremamente inteligente, no me puedo burlar de Él, así que si pido perdón por un error, se supone que es porque no debo volver a cometerlo, porque no estoy tratando con un vendedor de tomates con el que negocio el status de la calidad de mi alma, sino con Dios, al que respeto y amo). Él, es energía creadora del cosmos, del milagro de la vida, quién impregna con su esencia cada ente que existe sobre la faz de la Tierra, y fuera de ella. Él, pone al universo a trabajar para mí, sin cobrarme un solo centavo. No necesito intermediarios para conversar con mi Señor, porque Él, vive dentro de mí también (ojo: yo no soy dios, una partícula de Él existe en mi interior… ¿El Espíritu Santo, quizás? ¡No lo sé, no soy teóloga o sabelotodo!): el trabajo es entenderlo, hacer la conexión, para eso sirve la vida, las experiencias, la inteligencia, los sentidos que pueden percibirlo pero por estar más atentos al exterior, buscando respuestas afuera, en donde sólo existen dudas e incertidumbre, se pierde el camino, y se termina divagando, vagando en un bosque oscuro y sombrío.

Si mi Dios es una fuente inagotable de amor, la mejor manera que tengo de honrarlo es esa: dando amor, pero por amor a Él, no por ser castigada y acribillada con misiles que caerán del cielo, dejándome embarrada en el piso como escupitajo: no hará eso conmigo porque es mi Padre, y los buenos padres regularmente aman a sus hijos.

Mi Padre es bondadoso, me protege, realiza pequeños y grandes milagros cada día en mi vida.

Yo, como tú que estás leyendo esto, he sufrido mis tragedias, pero las acepto y entiendo como parte de la escuela de la vida, como las lecciones que he tenido que afrontar para crecer espiritualmente y fortalecer mi carácter y mi alma. Creo fielmente que la vida después de este leve y minúsculo momento que permanecemos los seres humanos en el planeta, es el verdadero lugar placentero, pacífico, despreocupado y libre de sufrimiento que existe.

Mi Dios no me exige vestirme de ciertos colores o formas, ni espía mis celebraciones mundanas de cumpleaños, “Halloween” o navidad para “castigarme” si no sigo con sus protocolos pachangueros, porque está más preocupado en cosas que valen la pena, y no en tarugadas indignas de Dios. No discrimina, no somete, no menosprecia a quienes no creen en Él, porque  somos Su creación y debe aceptarnos como tal: todos somos parte de una organización perfecta de vida, de un reloj exacto en donde cada pieza es fundamental para funcionar.

Dios (el mío, aclaro), es majestuoso, inexplicable, sublime, perfecto, disponible de forma gratuita para mí: solo basta con invocarlo, con vivir en el amor y luchar por cumplir con los compromisos  que conllevan el amor: respeto, humildad, bondad, misericordia, compasión, honestidad, fidelidad, lealtad, justicia… ¡esa búsqueda e intención es la que mantiene cerca de Él, recibiendo Sus bondades y Su misericordia¡

Cada quién escoge con qué rellenar el envase de su espíritu… ¡el mío está lleno del amor que le tengo a Dios, y por consiguiente, a la vida misma!