Atrás de las montañas…
La apasionante historia del matador de toros Juan de
Dios Salazar
Por Ana Salazar Cabarcos
Iniciaba el
mes de febrero del año 1932, cuando Doña Anita dio a luz al que sería el
tercero de sus cuatro hijos, fruto de su matrimonio con Don Ismael Salazar. Oswaldo se llamaría aquel niño que nació una fría
mañana rodeado de montañas en un lugar histórico, debido al movimiento obrero
de 1906-1907, que culminó en una huelga de
los trabajadores de la fábrica textil, la cual fue sofocada dejando un saldo sangriento, marcando con
esto uno de los antecedentes de la Revolución Mexicana: Río Blanco, Veracruz.
Oswaldo vivía
una infancia sencilla pero feliz al lado de sus padres y hermanos, riendo y
jugando ajeno a las desavenencias
matrimoniales. Un día, sus padres tuvieron que separarse y decidió
marcharse con su padre, un hombre bueno y cariñoso que siempre mostró especial
apego por el pequeño que hoy se aferraba a su mano.
Así pues sus
vidas tomaron otros rumbos y juntos, llegaron a Tepeji del Río. Don Ismael pronto se
hizo de una tienda de abarrotes, se
convirtió en una persona querida en el pueblo y como el hombre responsable que
era, de las ganancias de la tienda enviaba recursos para mantener a su mujer e
hijos que se habían quedado en Río Blanco. Qué lejos estaban de imaginar el
cruel y violento giro que les tenía deparado el destino.
Una tarde
Oswaldo jugaba a las canicas con algunos amiguitos en la calle, Don Ismael
atendía a un cliente; pecando de inocencia o quizás confiando en que era un
hombre de bien que no tenía enemigos, jamás sospechó que estaba siendo víctima
de una trampa, pues al momento de que el cliente pagó, justo al estar parado
frente a la caja registradora una bala apuró el paso, veloz desde la esquina de
enfrente, proveniente de una pistola empuñada por un tipo sin alma que sin dar
tiempo a nada, se le clavó en el pecho hiriéndolo mortalmente.
Al escuchar
el grito de dolor Oswaldo entró precipitadamente, alcanzó a suavizar la caída
de su padre que se desplomó sobre los
costales de frijol, lo abrazó tan fuerte
como pudo tratando de despertar juntos de
aquella terrible pesadilla, Don Ismael sólo
tuvo tiempo de mirar fijamente unos instantes a su querido “negrito consentido”; como le llamaba
cariñosamente, llevándose la imagen de
su amado niño al más allá, mientras el
pequeño de tan sólo 7 años, quedaba destrozado, abrazado al cuerpo
ensangrentado de su padre.
Oswaldo fue
devuelto a Río Blanco con su madre. Doña Anita entonces enfrentó una doble
calamidad: haberse quedado viuda y una pobreza extrema al lado de sus cuatro
pequeños hijos. Era un pueblo chico enfrentando los embates de una crisis
nacional post revolucionaria; se mantenía bordando carpetitas, cosiendo,
lavando ropa ajena, nadie le tendía la mano y a nadie le importaba si la joven
madre viuda tenía que comer.
Algunas veces
los niños le pedían a la buena y sufrida
madre algo de cenar pues tenían hambre, y con la impotencia que causa la
pobreza Doña Anita sólo atinaba a decir: “Ve al naranjo y corta unas hojas,
ahorita les hago un tecito con miel para cenar”.
Oswaldo
siempre se preguntaba: “¿Qué habrá atrás de aquellas
montañas?”, su mente de niño sabía que algo grande estaba oculto tras ellas,
pero se veía tan lejos, tan imposible de descubrir.
Cierto día de
casualidad se topó con unos jóvenes forasteros, bien vestidos, con zapatos de
lustroso charol negro, limpios, que irradiaban una luz especial. Se miró sus
zapatos agrietados y polvorientos, abiertos de las suelas, el pantalón lleno de
remiendos, el cinturón de mecate y dijo: “¡Yo quiero ser como ellos!”. Se
trataba de misioneros de la iglesia católica, ellos fueron su pase de salida. El
niño que soñaba con descubrir que había detrás de las montañas que bordeaban
Río Blanco, pronto se encontró estudiando en el “Seminario de Misioneros de
Guadalupe” , en Tlalpan, Ciudad de
México. Su sueño ahora era llegar a ser misionero e ir a evangelizar a lugares
lejanos, llevar ayuda médica, educación, enseñar la palabra de Dios. Fue un alumno ejemplar, disciplinado y
respetuoso, con grandes dotes para la filosofía. Oswaldo ahora era un joven
preparado y listo para emprender la gran aventura de conocer el mundo. Sin
embargo, por accidente escuchó una
conversación de sus superiores, en donde habían decidido que su futuro no sería
el de ser misionero, dada su inteligencia y capacidades sería maestro en el
seminario.
Era hora de
partir, el momento de volver a tomar decisiones trascendentales, de esas que
cambian la vida: dejó el seminario.
Entre
trabajos temporales se encaminó a la frontera y la cruzó, llegó a Chicago y
desempeñó múltiples oficios, entre ellos cavando zanjas para postes de luz y,
con tanta hambre de comerse al mundo como tenía, entre palada y palada de
tierra sacaba el diccionario y repasaba
palabras en inglés, hasta hablar el idioma: ahora hablaba latín, francés e
inglés. En un par de años regresó a México.
El destino lo
llevó a un edificio majestuoso ubicado enfrente de la Alameda Central: El Hotel
Regis. Allí se desempeñó como recepcionista, conoció a personajes importantes
tanto de la vida política del país como del medio artístico. Cierto día llegó a
hospedarse una hermosa mujer, una cantante de flamenco que al mirarlo le dijo
sin temor a equivocarse: “Chaval… ¡tú tienes cuerpo de torero!”… ¡Torero! -
Pensó Oswaldo para quien no existían los imposibles. Desde ese día las palabras
de la cantante rondaron su mente: era su próximo objetivo. Pero… ¿quién
era la famosa cantante? Nada más y nada menos que la gran Lola Flores.
El joven
entonces se dedica a investigar el lugar en donde se reúnen los toreros a
entrenar, hasta dar con un parque en donde toreros, novilleros y aspirantes
compartían experiencias, técnicas y se preparaban para las corridas. Conoce a
“El Ave de las tempestades”, el gran maestro del toreo Lorenzo Garza. Oswaldo
se acercó a la figura:
-
Maestro… Yo quiero ser torero… Si
usted me enseña, le regalo mi coche, yo sé que no es mucho pero es todo lo que
tengo…
Lorenzo
Garza lo miró conmovido y con la divina
sencillez que tienen los verdaderos grandes le respondió:
-
¡No, chaval! Usted tiene ganas de
aprender, no tiene por qué darme nada, véngase el sábado con sus cosas y yo le
enseño.
Así comenzó a
adentrarse en el fascinante mundo de la tauromaquia. Más por causalidad que por
casualidad; porque todo en el universo es una fórmula perfecta, conoce a Lupe Sino,
hermosa mujer de amplia sonrisa, enormes ojos y cabellera ondulada, larga y
perfumada: la novia del genio del toreo Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, más
conocido como “Manolete”.
Lupe Sino
queda admirada del ímpetu de triunfo de
Oswaldo y decide apoyarlo, comprándole el pasaje en barco para viajar a España,
la cuna del toreo.
Fue un largo
viaje, que pareció eterno atravesando el continente en condiciones que no eran
de primera clase. Dos meses meciéndose en las aguas a veces calmas, otras bravías que rebeldes se
levantaban haciendo olas y tambaleando el barquito de juguete en medio del mar
infinito.
Al salir de Río Blanco encontró que existía Estados Unidos, la
esplendorosa Ciudad de México y ahora… España. De ahora en adelante Oswaldo, el
jovencito que amarraba el pantalón con un mecate, el que pasó hambres junto con
su madre y hermanos y mató el hambre con tés de naranjo, el que sostuvo en sus
brazos a su padre en el último suspiro, el soñador que se sentó tantas tardes
mirando al horizonte tratando de descubrir que había atrás de las montañas,
estaba en el viejo continente, del otro lado del planeta. Oswaldo quedaba
atrás, de ahora en adelante había nacido Juan de Dios… ¡Juan de Dios Salazar! Rápido se hizo de amigos, se coló en el medio
taurino como novillero y finalmente tomó
la alternativa en Vinaroz, el 8 de Agosto de 1965, compartiendo cartel con
Efraín Girón de padrino, Serranito de testigo y Toros de Sánchez Arjona. Una
tarde de corrida inolvidable en la que cortó una oreja en el sexto Toro. Ya era
Torero.
Entre peñas
taurinas de nuevo la bendita causalidad lo llevó a conocer a otro grande, no
sólo de España, sino del mundo entero; el pintor Salvador Dalí, quien al
conocerlo quedó prendado de la sencillez y el carisma del matador de toros
mexicano, de su arte inigualable. Muchos han llegado a afirmar que Juan de Dios
Salazar fue “El protegido” de Dalí. El pintor acudió en varias ocasiones a ver
a Juan de Dios torear, extravagante, acompañado de Gala, su amada musa. La
admiración entre el torero y Dalí era mutua, tanto así, que un día el pintor lo
citó en su hotel junto con algunos periodistas, le hizo ponerse el traje de
luces, lo invitó a subirse a un escritorio y el genio del arte con maestría
comenzó a trazar en el lienzo, abstraído en la imagen que tenía frente así hizo
nacer una obra que llevaría por nombre “El torero alucinógeno”, el cual de
manera abstracta representa en el rostro del torero a la República Mexicana,
los colores de la bandera de México, una plaza de toros, a Gala en la esquina superior
izquierda, un homenaje a su amigo, al arte de los toros, a México.
El arte del
matador lo lleva a conocer Francia, hace amistad con Orson Welles, es amigo de
importantes escritores y artistas. Después de años de radicar en Europa se casa
con una bella modelo española en el monasterio de Montserrat y tienen una hija.
Juan de Dios decide regresar a México.
En su patria
incursiona en el periodismo y en la política, crece la familia: tienen tres
hijos más. Finalmente radica en Ciudad Nezahualcóyotl, hace a un lado el toreo, junto con su esposa e
hijos inician un negocio familiar, llega a ocupar diversos cargos en el
gobierno de Estado de México e incluso es diputado federal.
Juan de Dios,
conocedor de primera mano de las necesidades de los que menos tienen, ha
consagrado su vida a la lucha por el bienestar social, a la crítica contra la
corrupción; lo que ha ocasionado dos atentados contra su vida. Hoy en día es un
hombre apasionado de la lectura, del estudio de las leyes y un amante
apasionado de la democracia.
Fue un gran
hijo que jamás descuidó a su madre por lejos que se encontrara, vio por ella hasta
el último minuto de vida de Doña Anita, quien casualmente murió con él a los 92
años. Ha sido un ciudadano ejemplar, un esposo amoroso y responsable del gran
compromiso que adquirió con su esposa hace 48 años, un padre devoto, siempre
dispuesto a dar amor y apoyo a sus hijos.
Él nos
demostró, a sus cuatro hijos, que atrás de las montañas existe un mundo
maravilloso que puede ser tuyo con el simple hecho de tener el coraje y las
agallas para emprender el camino, nos enseñó que no existen los imposibles y
que el límite para realizar los sueños lo pone uno mismo. Nos inculcó el amor
al prójimo, a Dios y hasta el día de hoy, es un hombre lleno de planes y
proyectos, para el que ni los mares, ni los desiertos, ni aún las montañas
pudieron detener.
Con amor, su esposa Mary, y sus hijos Ana Mary, Pepe, Oswaldo y Juan de Dios (qepd).
"El torero alucinógeno"
Salvador Dalí
Juan de Dios Salazar posando para Salvador Dalí.
Otra forma de ver y admirar a tu padre, gracias por compartir esta historia de éxito. Besos.
ReplyDeleteGracias Mau, tan amable como siempre amigo!
ReplyDeleteConmovedor relato e impecable leccion de vida. Todo un ejemplo...
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