Thursday, December 6, 2012

Atrás de las montañas…


Atrás de las montañas…


La apasionante historia del matador de toros Juan de Dios Salazar


Por Ana Salazar Cabarcos


Iniciaba el mes de febrero del año 1932, cuando Doña Anita dio a luz al que sería el tercero de sus cuatro hijos, fruto de su matrimonio con Don Ismael Salazar.  Oswaldo se llamaría aquel niño que nació una fría mañana rodeado de montañas en un lugar histórico, debido al movimiento obrero de 1906-1907, que culminó en una huelga de los trabajadores de la fábrica textil, la cual fue sofocada  dejando un saldo sangriento, marcando con esto uno de los antecedentes de la Revolución Mexicana: Río Blanco, Veracruz.

Oswaldo vivía una infancia sencilla pero feliz al lado de sus padres y hermanos, riendo y jugando ajeno a las desavenencias  matrimoniales. Un día, sus padres tuvieron que separarse y decidió marcharse con su padre, un hombre bueno y cariñoso que siempre mostró especial apego por el pequeño que hoy se aferraba a su mano.

Así pues sus vidas tomaron otros rumbos y juntos, llegaron a Tepeji del Río. Don Ismael pronto se hizo de una tienda de abarrotes,  se convirtió en una persona querida en el pueblo y como el hombre responsable que era, de las ganancias de la tienda enviaba recursos para mantener a su mujer e hijos que se habían quedado en Río Blanco. Qué lejos estaban de imaginar el cruel y violento giro que les tenía deparado el destino.

Una tarde Oswaldo jugaba a las canicas con algunos amiguitos en la calle, Don Ismael atendía a un cliente; pecando de inocencia o quizás confiando en que era un hombre de bien que no tenía enemigos, jamás sospechó que estaba siendo víctima de una trampa, pues al momento de que el cliente pagó, justo al estar parado frente a la caja registradora una bala apuró el paso, veloz desde la esquina de enfrente, proveniente de una pistola empuñada por un tipo sin alma que sin dar tiempo a nada, se le clavó en el pecho hiriéndolo mortalmente.

Al escuchar el grito de dolor Oswaldo entró precipitadamente, alcanzó a suavizar la caída de su  padre que se desplomó sobre los costales de frijol,  lo abrazó tan fuerte como pudo  tratando de despertar juntos de aquella  terrible pesadilla, Don Ismael sólo tuvo tiempo de mirar fijamente unos instantes  a su querido “negrito consentido”; como le llamaba cariñosamente,  llevándose la imagen de su amado  niño al más allá, mientras el pequeño de tan sólo 7 años, quedaba destrozado, abrazado al cuerpo ensangrentado de su padre.

Oswaldo fue devuelto a Río Blanco con su madre. Doña Anita entonces enfrentó una doble calamidad: haberse quedado viuda y una pobreza extrema al lado de sus cuatro pequeños hijos. Era un pueblo chico enfrentando los embates de una crisis nacional post revolucionaria; se mantenía bordando carpetitas, cosiendo, lavando ropa ajena, nadie le tendía la mano y a nadie le importaba si la joven madre viuda tenía que comer.
Algunas veces los niños  le pedían a la buena y sufrida madre algo de cenar pues tenían hambre, y con la impotencia que causa la pobreza Doña Anita sólo atinaba a decir: “Ve al naranjo y corta unas hojas, ahorita les hago un tecito con miel para cenar”. 

Oswaldo siempre se preguntaba: “¿Qué habrá atrás de aquellas montañas?”, su mente de niño sabía que algo grande estaba oculto tras ellas, pero se veía tan lejos, tan imposible de descubrir.

Cierto día de casualidad se topó con unos jóvenes forasteros, bien vestidos, con zapatos de lustroso charol negro, limpios, que irradiaban una luz especial. Se miró sus zapatos agrietados y polvorientos, abiertos de las suelas, el pantalón lleno de remiendos, el cinturón de mecate y dijo: “¡Yo quiero ser como ellos!”. Se trataba de misioneros de la iglesia católica, ellos fueron su pase de salida. El niño que soñaba con descubrir que había detrás de las montañas que bordeaban Río Blanco, pronto se encontró estudiando en el “Seminario de Misioneros de Guadalupe” , en Tlalpan,  Ciudad de México. Su sueño ahora era llegar a ser misionero e ir a evangelizar a lugares lejanos, llevar ayuda médica, educación, enseñar la palabra de Dios.  Fue un alumno ejemplar, disciplinado y respetuoso, con grandes dotes para la filosofía. Oswaldo ahora era un joven preparado y listo para emprender la gran aventura de conocer el mundo. Sin embargo,  por accidente escuchó una conversación de sus superiores, en donde habían decidido que su futuro no sería el de ser misionero, dada su inteligencia y capacidades sería maestro en el seminario.

Era hora de partir, el momento de volver a tomar decisiones trascendentales, de esas que cambian la vida: dejó el seminario.
Entre trabajos temporales se encaminó a la frontera y la cruzó, llegó a Chicago y desempeñó múltiples oficios, entre ellos cavando zanjas para postes de luz y, con tanta hambre de comerse al mundo como tenía, entre palada y palada de tierra  sacaba el diccionario y repasaba palabras en inglés, hasta hablar el idioma: ahora hablaba latín, francés e inglés. En un par de años regresó a México.

El destino lo llevó a un edificio majestuoso ubicado enfrente de la Alameda Central: El Hotel Regis. Allí se desempeñó como recepcionista, conoció a personajes importantes tanto de la vida política del país como del medio artístico. Cierto día llegó a hospedarse una hermosa mujer, una cantante de flamenco que al mirarlo le dijo sin temor a equivocarse: “Chaval… ¡tú tienes cuerpo de torero!”… ¡Torero! - Pensó Oswaldo para quien no existían los imposibles. Desde ese día las palabras de la cantante rondaron su mente: era su próximo objetivo. Pero… ¿quién era la famosa cantante? Nada más y nada menos que la gran Lola Flores.

El joven entonces se dedica a investigar el lugar en donde se reúnen los toreros a entrenar, hasta dar con un parque en donde toreros, novilleros y aspirantes compartían experiencias, técnicas y se preparaban para las corridas. Conoce a “El Ave de las tempestades”, el gran maestro del toreo Lorenzo Garza. Oswaldo se acercó a la figura:


-        Maestro… Yo quiero ser torero… Si usted me enseña, le regalo mi coche, yo sé que no es mucho pero es todo lo que tengo…

Lorenzo Garza lo miró conmovido y  con la divina sencillez que tienen los verdaderos grandes le respondió:

-        ¡No, chaval! Usted tiene ganas de aprender, no tiene por qué darme nada, véngase el sábado con sus cosas y yo le enseño.


Así comenzó a adentrarse en el fascinante mundo de la tauromaquia. Más por causalidad que por casualidad; porque todo en el universo es una fórmula perfecta, conoce a Lupe Sino, hermosa mujer de amplia sonrisa, enormes ojos y cabellera ondulada, larga y perfumada: la novia del genio del toreo Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, más conocido como “Manolete”.

Lupe Sino queda admirada del  ímpetu de triunfo de Oswaldo y decide apoyarlo, comprándole el pasaje en barco para viajar a España, la cuna del toreo.

Fue un largo viaje, que pareció eterno atravesando el continente en condiciones que no eran de primera clase. Dos meses meciéndose en las aguas a veces  calmas, otras bravías que rebeldes se levantaban haciendo olas y tambaleando el barquito de juguete en medio del mar infinito.

Al salir  de Río Blanco  encontró que existía Estados Unidos, la esplendorosa Ciudad de México y ahora… España. De ahora en adelante Oswaldo, el jovencito que amarraba el pantalón con un mecate, el que pasó hambres junto con su madre y hermanos y mató el hambre con tés de naranjo, el que sostuvo en sus brazos a su padre en el último suspiro, el soñador que se sentó tantas tardes mirando al horizonte tratando de descubrir que había atrás de las montañas, estaba en el viejo continente, del otro lado del planeta. Oswaldo quedaba atrás, de ahora en adelante había nacido Juan de  Dios… ¡Juan de Dios Salazar!  Rápido se hizo de amigos, se coló en el medio taurino como novillero y finalmente  tomó la alternativa en Vinaroz, el 8 de Agosto de 1965, compartiendo cartel con Efraín Girón de padrino, Serranito de testigo y Toros de Sánchez Arjona. Una tarde de corrida inolvidable en la que cortó una oreja en el sexto Toro. Ya era Torero.

Entre peñas taurinas de nuevo la bendita causalidad lo llevó a conocer a otro grande, no sólo de España, sino del mundo entero; el pintor Salvador Dalí, quien al conocerlo quedó prendado de la sencillez y el carisma del matador de toros mexicano, de su arte inigualable. Muchos han llegado a afirmar que Juan de Dios Salazar fue “El protegido” de Dalí. El pintor acudió en varias ocasiones a ver a Juan de Dios torear, extravagante, acompañado de Gala, su amada musa. La admiración entre el torero y Dalí era mutua, tanto así, que un día el pintor lo citó en su hotel junto con algunos periodistas, le hizo ponerse el traje de luces, lo invitó a subirse a un escritorio y el genio del arte con maestría comenzó a trazar en el lienzo, abstraído en la imagen que tenía frente así hizo nacer una obra que llevaría por nombre “El torero alucinógeno”, el cual de manera abstracta representa en el rostro del torero a la República Mexicana, los colores de la bandera de México, una plaza de toros, a Gala en la esquina superior izquierda, un homenaje a su amigo, al arte de los toros, a México.

El arte del matador lo lleva a conocer Francia, hace amistad con Orson Welles, es amigo de importantes escritores y artistas. Después de años de radicar en Europa se casa con una bella modelo española en el monasterio de Montserrat y tienen una hija. Juan de Dios decide regresar a México.

En su patria incursiona en el periodismo y en la política, crece la familia: tienen tres hijos más. Finalmente radica en Ciudad Nezahualcóyotl,  hace a un lado el toreo, junto con su esposa e hijos inician un negocio familiar, llega a ocupar diversos cargos en el gobierno de Estado de México e incluso es diputado federal.

Juan de Dios, conocedor de primera mano de las necesidades de los que menos tienen, ha consagrado su vida a la lucha por el bienestar social, a la crítica contra la corrupción; lo que ha ocasionado dos atentados contra su vida. Hoy en día es un hombre apasionado de la lectura, del estudio de las leyes y un amante apasionado de la democracia.

Fue un gran hijo que jamás descuidó a su madre por lejos que se encontrara, vio por ella hasta el último minuto de vida de Doña Anita, quien casualmente murió con él a los 92 años. Ha sido un ciudadano ejemplar, un esposo amoroso y responsable del gran compromiso que adquirió con su esposa hace 48 años, un padre devoto, siempre dispuesto a dar amor y apoyo a sus hijos.

Él nos demostró, a sus cuatro hijos, que atrás de las montañas existe un mundo maravilloso que puede ser tuyo con el simple hecho de tener el coraje y las agallas para emprender el camino, nos enseñó que no existen los imposibles y que el límite para realizar los sueños lo pone uno mismo. Nos inculcó el amor al prójimo, a Dios y hasta el día de hoy, es un hombre lleno de planes y proyectos, para el que ni los mares, ni los desiertos, ni aún las montañas pudieron  detener.




Con amor, su esposa Mary, y sus hijos Ana Mary, Pepe, Oswaldo y Juan de Dios (qepd).



"El torero alucinógeno"
Salvador Dalí





Juan de Dios Salazar posando para Salvador Dalí.

3 comments:

  1. Otra forma de ver y admirar a tu padre, gracias por compartir esta historia de éxito. Besos.

    ReplyDelete
  2. Gracias Mau, tan amable como siempre amigo!

    ReplyDelete
  3. Conmovedor relato e impecable leccion de vida. Todo un ejemplo...

    ReplyDelete