Tuesday, February 7, 2017

Lo que me encanta de los hombres…

Por Ana Salazar Cabarcos

A pesar de las insensateces que cometen algunos, tienen su encanto. Por ejemplo, me asombra el poder de reconstrucción que poseen; ya lo quisiera el mismísimo hombre de mercurio de Terminator, no me refiero a lo físico que para eso de aguantar dolores corporales, salimos más valentonas las mujeres (los dolores los convierten en nenas esquizofrénicas… ¡por algo Dios nos dejó a nosotras la tarea de tener a los hijos!), me refiero a lo emocional, a lo anímico, lo sentimental. 


Mientras nosotras tenemos un fracaso amoroso y nos volvemos la pesadilla de amigos, familiares y vecinos que ya se saben la narración de la tragedia de “pé a pá”, o nos la pasamos llenando de lágrimas y mocos hasta el último rincón de la casa días, semanas, meses y en casos más dramáticos años,  ellos tan frescos se toman un par de cervecitas, una salida con los amigos, tal vez si le lloran al problema en soledad un rato; no mucho porque son machos y "los machos no lloran", y al otro día ya están listos para invitar a salir a la vecina pechugona que siempre le trajeron ganas… ¡qué le vamos a hacer! ¡Ya lo pasado, pasado!



Los hombres se pelean entre sí, pueden ser feroces, llegar a los puños, hacerse la guerra en toda la extensión de la palabra, pero tienen la maravillosa capacidad de que si la situación lo amerita, hacen las paces, quizás no para ser amigos de nuevo, pero sí para sobre llevar una relación de trabajo cordial, sacar adelante una sociedad, una empresa,  poniendo como prioridad los intereses económicos, laborales o sociales… no el corazón. Hoy se agarran a trompadas y mañana los podemos ver tan campantes saludándose de apretón de manos y abrazo con palmadita revienta-pulmones llegando a una junta de negocios.




Nosotras nos peleamos con una amiga y se convierte en una guerra de brujas escaldufas: el chisme de la pelea corre como reguero de pólvora y la narración termina como el juego del “teléfono descompuesto”. Se hacen bandos, se conspira, vale cacahuate la cordura, la sensatez, el chiste es “ganarle a la otra” en la guerra de saliva desgastante, eterna, llena de niñerías, de desplantes ridículos, dejando como falda hawaiana el prestigio y la reputación de la “enemiga”… ¡es todo o nada, blanco o negro! Lo peor de todo es que el rompimiento es eterno, para esta y  las vidas que le sigan. Ponemos el corazón en todos nuestros actos, gramo por gramo, dejándonos cegar por las emociones y dejando a la razón colgada en un gancho en el clóset.



Luego nos quejamos del por qué en su mayoría los hombres gobiernan u ocupan cargos importantes, por qué son hombres los más ricos del mundo, los más poderosos (claro, hay excepciones). Es que los hombres salen a conquistar al mundo con la cabeza fría, con las flechas listas a disparar sin contemplaciones hacia su objetivo, son estrategas, estadistas… el corazón lo dejan guardado bajo llave en el cajón del buró.

Pero la imagen más hermosa que guardo de un hombre (a pesar de esa aparente frialdad), es la de aquél que siendo todo lo que dije antes, tiene la capacidad de salir un dominguito soleado a la calle; que es su jungla,  con un bebé en los brazos, o con los hijos de la mano, mostrando que ellos también pueden ser tan tiernos y llevar  con gusto expuesto el corazón… como nosotras.



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