Hoy ha sido
un domingo especial, raro verano en California: nublado y con llovizna. El
ambiente está húmedo, el cielo gris y algo, no sé qué, hace de este día uno de
ésos que recordaré con alegría melancólica todos los días grises, tibios y
húmedos de mi vida.
Cuando
desperté a eso de las 6 de la mañana (no por gusto, sino por culpa del maldito
insomnio que me ataca durante toda la noche y me saca de la cama apenas se asoma
el sol), tomé el celular de la mesita de noche y me puse a curiosear en
internet antes de levantarme. En Facebook encontré un post que llamó mi
atención, decía: “Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse
en vida, un acto de automutilación psicológica donde el amor propio, el
autorespeto y la escencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente”
Walter Riso.
Me cayó como
anillo al dedo, porque las veces que he amado, me he embrutecido de amor y el
chiste me ha salido muy caro. Dependí ciegamente y me olvidé de mí, amé a otra
persona sobre mí misma dejando el amor propio pisado, revolcado en el polvoriento
suelo. Amé tanto que no me respeté y permití que se me faltara el respeto, caí
tan bajo la primera vez que padecí ceguera de amor, que llegué a ser golpeada,
humillada… pero un día abrí los ojos, agarré valor, tomé aire y salí corriendo con
una bebita entre los brazos, mi tesoro estaba a salvo ahora.
Pasaron los años
y otra vez el virus de la ceguera de amor volvió a atacarme: permití que se me
enterrara en vida, que se me escondiera a pesar de ser esposa, fui negada,
volví a depender, a creer ciegamente en quien no debía, el autorespeto se puso
en huelga y se marchó lejos, el amor propio
lloró como loco y finalmente mi esencia que ofrendé por amor y con amor,
quedó hecha pedazos entre las garras de la traición, la peor traición de mi
vida. Me caí, me levanté, llené de aire mis pulmones y a pesar de estar a miles
de kilómetros de distancia de mi familia, sola en un país extraño, agarré de la
mano a mi hija y llevando en brazos a un nuevo tesoro, decidí enfrentar la vida
con ellas, las tres juntas.
Nadie tiene la
culpa de nuestros infortunios, nosotros permitimos
que las cosas sucedan, no ponemos límites, ni exigimos respeto, no ponemos
reglas, dejamos que otros nos pongan condiciones para amarnos, que nos
manipulen, caemos en una sumisión imperdonable por “miedo a que nos dejen”. No
le carguemos la responsabilidad a nadie: CADA QUIÉN ES CULPABLE DE LO QUE LE
PASE PORQUE PERMITE QUE PASE.
Meditaciones
matutinas que fortalecen el espíritu…
Un día
ocupado, muchas cosas que hacer. Por la tarde llegué a casa
de mi hija mayor que ya está casada, reímos a la menor provocación como
acostumbramos, conversamos interminablemente de todo y de nada, tomamos café
con galletas y los cuatro (Mi hija mayor, mi yerno, mi hija menor y yo), nos
fuimos a pasear a nuestros amados 3 miembros peluditos de la familia: Peanut,
Bubbles y la nueva adquisición de mi hija y mi yerno, Mr. Black.
Ya eran las
10 de noche y entre perros, risas y bromas fuimos a un parque deliciosamente
solitario. Mientras corrían y jugaban con los perros, me senté en un columpio y
comencé a balancearme, el viento fresquito, silencio divino que era roto de
repente por las carcajadas que se oían a lo lejos. La noche oscura y la luna,
envuelta en nubes grises.
Me sentí afortunada,
inmensamente feliz, porque tengo conmigo dos tesoros creados con el amor más
puro y sincero que pude dar. Ellas son el producto de mi amor.
La vida es
hermosa. El enfrentar la vida sola con dos hijas en Estados Unidos, me hizo
depender sólo de mi fe en Dios y de nadie más: Él ha sido y será la columna de
mi existencia. Mi amor propio ha sanado, soy quien soy y quién me quiera, me
tendrá que querer con mis defectos, virtudes y manías. Me amo y me respeto como
nunca, sé a dónde voy, lo que quiero y lo que no quiero. Puedo negociar, pero
jamás renunciar a lo que soy, a mis creencias y convicciones, a mis principios
y filosofía de la vida.
Como niña
sigo columpiándome en esta noche maravillosa, comienza a lloviznar, es hora de
regresar a casa.
Volvemos
jugando, Travis carga a Momo y la pasea sobre unos sprinklers, queda empapada y
Marifer festeja la broma, son casi las 11 y en la calle solitaria vamos dejando
felicidad embarrada en la banqueta. La Luna se asoma de repente para espiarnos,
sigue el chipi chipi tibiecito cayendo del cielo.
¡Qué
bendición es vivir este momento!
Sólo tengo
amores de luz…
Nunca más amores
ciegos…