Monday, July 15, 2013

Centro Histórico de la Ciudad de México


 

¡Pásele! ¡Pásele!
Por Anna Salazar Cabarcos

 

Desde aquellos remotos años de 1520, la que es ahora la capital del país ya estaba convertida en el corazón comercial de México. Allí, los aztecas practicaban el ¨trueque¨: que consiste en intercambiar sin el uso de dinero, productos y servicios. Para las distintas transacciones se utilizaban también una especie de pañuelos o manteletas tejidas de algodón: el "cuauchtli" con valor de 65, 80 ó 100 granos de cacao, según la época.
Para transacciones menores, se utilizaban como moneda: tachuelas de cobre, plumas raras y canutillos de pluma con polvo de oro.

Cinco siglos después se sigue manteniendo la tradición. En las calles aledañas a la Plaza de la Constitución, conocida popularmente como Zócalo (una de las plazas más grandes del mundo en donde habitualmente tienen lugar eventos políticos, marchas de protesta, conciertos, desfiles y actos oficiales), comerciantes locales y otros,  venidos de municipios cercanos llegan a ofrecer sus productos. Lejos quedaron los intercambios de maíz y frijol, de gallinas y cacao.

Hoy, las calles están plagadas de productos ¨made in China¨, chucherías de ¨gringolandia¨, artesanías hechas de jade y bellas piedras con cintas de cuero, Robocop, Capitán América y Batman haciendo mejor trío que Los Panchos, posando con sus trajes guangos y músculos de hule espuma mal cosidos que tras una ¨cooperación¨, posan con los pequeñines para la foto del recuerdo. Aztecas con tenis Nike ejecutan danzas prehispánicas y por 10 pesitos, te hacen una ¨limpia¨ soplándote incienso y frotándote ramas de pirul por todo el cuerpo, para alejar a los malos espíritus.  

En Isabel la Católica  un hombre disfrazado de El Papa con sus respectivos paleros, hace señas obscenas para que los “anti católicos” se saquen fotos, invitando a la gente a sumarse a su religión, al club de Dios al que pertenecen  so pena de no entrar a su paraíso discriminatorio y más falso que una moneda de 3 pesos.

Por allá se pasea una ¨Monster High¨ viviente ofreciéndose a pintar las caritas de las pequeñas fans de las muñecas. Los cilindreros dejan libres las notas musicales  mientras dan vueltas a la manivela, estirando el sombrero en la pesca del billetito que ayude a matar el hambre.

Las “Marías”; fieles a las amplias y esponjadas faldas, a las blusas bellamente bordadas, deambulan en grupos acarreando a niños con caras tristes, sin esperanzas, de mirada dulce que siguiendo la tradición de los padres, no van a la escuela para aprender a leer y escribir, se conforman con hacer cursos intensivos en la escuela de la vida en donde aprenden a pedir “para un taco”, a llorar cuando pase alguien con cara de turista, a buscar un albergue para pasar la noche o una buena marquesina en la cual cubrirse de las torrenciales lluvias que por naturaleza, azotan al antiguo Valle de Texcoco.

“¡Pásele! ¡Pásele! ¡No le dé pena preguntar! ¡Más pena le debe dar traer ésas garras!” Grita un vendedor de ropa “de paca” apilada encima de un plástico en el suelo.

En la explanada de El Zócalo se lleva a cabo un concierto, las voces se entremezclan en el aire: en inglés una chavita aspirante a estrella canta canciones de Taylor Swift a todo pulmón, y a mi costado unas indígenas van platicando en dialecto, mientras enfrente un grupo de “fresas” exclaman maravillados que esto o aquello está “¡padrísimo!”, como si anduvieran de expedición por un país lejano y no en el que viven gobernado, quizás, por sus “papis”.

Mangos con chile, tlacoyos, tacos de chorizo, “merengues”, aguas frescas, pepitas… todo ahí, a tu paso.

Las lonas de colores manchan las calles de cantera gris, los policías juegan el juego de “el gato y el ratón” con los ambulantes que organizados, colocan estratégicamente vigías que  portan radios Motorola y celulares para ir avisando por dónde van los “polis”, que ridículamente cumpliendo con la ley (y digo ridículamente porque hasta la persona más estúpida se da cuenta que ambos están jugando), peinan a pie  las calles en busca de los ambulantes para confiscar sus artículos, seguidos por una camioneta oficial . Se da la voz de alarma por los radios, con gran maestría los vendedores enrollan los plásticos con la mercancía y corren con sus bultos a esconderse en los negocios vecinos que les sirven de refugio. Pasa la policía tranquilamente, todos se hacen disimulados, no bien han avanzado diez metros vuelven los plásticos a despanzurrarse con bolsos, maquillaje, juguetes de peluche, y por alguna razón mágica, inexplicable, los policías están impedidos de girar la cabeza para descubrirlos. Cinco minutos dura la tensión, entonces…

“¡Pásele! ¡Pásele! ¡Sale señora, sale señito! ¡Aquí le traemos su pan calientito!” “¡Pásele güera, qué va llevar, que le pongo, vara, vara!” “¡Pásele marchanta por su rica fruta! ¡No se quede con el antojo sino el chamaco le va a salir con cara de chicozapote!”

 Un canario sale de la jaula para darte un papelito con tu suerte…

 México exótico, cosmopolita, mágico, único, irreverente frente a la muerte, apasionado de la vida, ferviente de fe, religioso y místico, colorido, de miradas dulces, voces amables, con abrazos gratuitos, donde el  amor y la pasión se desborda en su arte,  su gente… ¡Pásele! ¡Pásele!
 

 

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