Thursday, March 8, 2012

La caída

Por Ana Salazar Cabarcos

Soñando que despertaba,
me encontré en mundo azul,
sentada a la orilla del cielo
columpiando los pies,
al ritmo del  sonido del viento.


Abajo, podía contemplar,
con la claridad de un cristal,
la realidad;
imperturbable y acompasada,
marchando al ritmo
que le marcaba el tiempo.

Sobre mi nube,
vi pasar ante mis ojos
infinidad de lunas y soles,
más un día cualquiera,
la nube comenzó a llorar
desgarrando poco a poco
su incorpóreo cuerpo.

Aferrarme a las nagüas de mi nube
me fue vano,
cayendo ya,
sin remedio,
a esa tierra de la soledad
llamada mundo.

Caí entre pájaros y flores,
y pronto los monstruos de la noche
transformaron el calor del color,
en bochornoso frío.

Siguieron las huellas de mis pasos,
mis pies de lluvia,
y me empujaron,
sin piedad,
al quejumbroso asfalto de las calles;
al lugar en donde moran
los constructores de las urbes.

Iba yo,
vestida de verde pasto,
con un velo eterno de rocío
y un collar de diez estrellas.

Aquí,
descubrí a la risa pintada de luto,
vestidita de negro…
perfumada de incienso.

Gente transitando velozmente,
ferozmente
sobre su gris naturaleza;
llevando en los zapatos la conciencia
y en los hombros,
quizás,
la dolorosa carga de su pena.

Grandes gargantas
al unísono,
lanzaban humo sin cesar,
guiadas por los acordes de la muerte,
cegando a los hombres sin nombre
para impedirles ver,
lo que se ve más allá
de sus mil torres de Babel.

Apenas cerré los ojos,
otros hicieron suyo mi vestido verde,
mi rocío,
mis hermosas diez estrellas,
y pronto los monstruos de acero
siguieron mis cansados pasos,
lanzándome,
sin compasión,
a la amarilla tibieza
de una desierta playa.
 
Cubrí entonces mi desnudez
con finísima tela de agua,
ahora de color azul del mar;
me puse un gran olán de espuma
y unos zapatos de arena,
con su tacón de sal.

Tres sirenas me cantaron,
tres sirenas me arrullaron,
¡tres!
tan sólo fueron tres,
más su canto semejaba a un coro celestial.

Ahora quería retornar,
volver a vivir en  mi antiguo sueño
para sentarme a la orilla del cielo:
y tal parece que Dios escuchó mi ruego,
pues me convertí en vapor;
terriblemente etéreo,
frágil,
escandalosamente blanco,
y me abracé a una nube,
a mi mundo azul,
volviendo a columpiar mis pies
al cadencioso sonido del viento.


2 comments:

  1. Muy bello, amiga, hasta me hiciste recordar un poco la canción de Mecano llamada "aire", aunque sé que en esta ocasión no habla de alguien que se echó un toque y se sintió aire, sino del viento en sí. Quisiera decir que sentí moverse mis cabellos al ir adentrándome en el relato, pero sabemos muy bien que eso no pasaría, jajaja Nunca dejes de escribir. Besos.

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  2. Mientras haya quien me lea, creeme, jamas dejare de escribir...mil gracias por seguirme Mau.

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