Ana y sus netas
Thursday, January 23, 2020
Tuesday, January 21, 2020
Tuesday, January 14, 2020
¿En dónde está Dios?
Por Ana Salazar Cabarcos
“¡¿En dónde está Dios?!” Se pregunta el ateo, el agnóstico, el incrédulo y el creyente.
“¡¿En dónde está Dios?!” Se pregunta el ateo, el agnóstico, el incrédulo y el creyente.
Dios existe en todas partes, a veces, más en la mente de los que “no creen”, porque dedican parte de su
existencia (algunos de manera obsesiva) a tratar de explicar porque, según ellos,
Dios no existe: quizás es la jocosa manera que tiene Dios de hacerse presente en sus vidas.
Muchos “no creyentes”, en sus últimos
momentos de vida hacen alusión al Creador, o en momentos de peligro. Esto me
hace recordar un día que me encontraba en un edificio de 25 pisos en Los Ángeles,
California. Trabajaba en un programa de radio ubicado en el último piso, de
pronto, un fuerte temblor comenzó a
sacudir la tierra, el edificio que seguramente tiene una base hidráulica, se movía
como péndulo de reloj. En uno de los grandes ventanales pude ver como se balanceaban
los altos edificios de enfrente:
aterrador.
Rápidamente, me quite las zapatillas
y descalza, corrí hacia las escaleras de emergencia, en donde piso a
piso se iba sumando gente. Me temblaban las piernas, quería volar, esos 25
pisos se me hicieron eternos.
Al llegar a la planta baja, me congregué
con mis compañeros alrededor de una fuente en un jardincito de afuera. Pasado
el susto y recobrado el color, empezaron las burlas: yo iba descalza y se reían
porque dijeron que me vi muy chistosa aventando el bolso y los zapatos para
salir corriendo, pero especialmente reímos porque un compañero, que siempre
renegaba de la existencia de Dios y se ufanaba de “ser ateo”, al que le gustaba
debatir con quien creía, ese día, en
cuanto empezó a temblar, entre el zarandeo que traíamos en el piso 25… ¡fue el
primero en comenzar a rezar! “¡Diosito chulo, sálvame por favor!”.
Y así, me sé muchas
historias de “no creyentes”.
Dios está presente en el flujo de la
sangre, en los ventrículos del corazón, en la configuración de las células, en
la electricidad de las neuronas.
Dios, se hace presente cuando abres
los ojos cada mañana, existe en tu subconsciente aunque tu libre albedrío no
quiera reconocerlo.
Dios se manifiesta en el amor que
sientes por tus padres, hermanos, por tu pareja, tus hijos, por el amor al prójimo,
a la naturaleza.
Dios es quien te lleva de la mano
para ofrecerle ayuda al necesitado: a través tuyo da el pan, el agua, abrigo y
un abrazo de consuelo a quien lo necesita.
¿Tienes que verlo físicamente para
creer? ¿No te basta ver la maravilla de los amaneceres y atardeceres desfilar
frente a ti, sin descanso? ¿No es suficiente saber que vivimos en un universo
infinito, en un planeta que cuelga como una esfera en un árbol de billones de
planetas brillantes como luciérnagas en medio de la noche? ¿Cómo lo explicas?
Si la ciencia no ha encontrado la cura a algo tan terrenal como la diabetes, al
cáncer, al VIH… ¿Cómo pretende negar la existencia de Dios y explicar la creación
del universo? ¡Es ridículo!
La gente que “no cree” culpa a Dios
de las desgracias: de las enfermedades, de la pobreza, de los accidentes, de
los cataclismos y desastres naturales, sin aceptar su responsabilidad, sin
admitir que somos nosotros en gran medida, los causantes de todos los males que
aquejan a la humanidad.
Dios no tiene la culpa de que
elijamos gobernantes tiranos, represores, corruptos que tienen hundidos a sus pueblos
en el hambre y la pobreza. Ni tiene la culpa de nuestros vicios, de nuestras
carencias afectivas, emocionales, culturales, morales. No tiene nada que ver
con nuestra decisión de destruir al planeta y con la estúpida idea de querer
someterlo a nuestros caprichos, tratando de adaptarlo a nuestras necesidades.
Esto último me hace recordar un documental que vi sobre Venecia, ciudad
italiana construida artificialmente sobre un lago, que desafortunadamente se está
hundiendo y los científicos están muy preocupados pues vislumbran una catástrofe…
¿Dios tendrá la culpa? O ¿Dios tiene la culpa de que la gente se asiente en las
faldas de volcanes altamente peligrosos? ¿De los terremotos propios de un
planeta vivo, de los tsunamis, de los eclipses? ¿Es culpable acaso de que un
hombre alcoholizado estrelle su auto contra otro robándole la vida a una
persona inocente? ¿Dios es culpable de que en una noche de juerga, en un
momento de placer una mujer salga embarazada y cometa un crimen cada vez más común
llamado “aborto”? ¡Dios, Dios, Dios! Siempre será el culpable de nuestro mal
uso de la libertad, de las circunstancias causadas por nosotros, por otros, por
nuestras irresponsabilidades.
En nuestra condición tan primitiva de
“humanos”, somos insaciables y no tenemos la conciencia de admirar y valorar la
grandeza de estar vivos, de experimentar (por el tiempo que tengamos destinado) con agradecimiento la gran aventura y oportunidad de existir. Pretendemos ser inmortales, vivir en
un paraíso creado con nuestra imaginación influenciada por Hollywood.
Dios va más allá de nuestro
entendimiento.
Dios no se ve… se siente.
A Dios no se le busca explicación: se le deja fluir
dentro de uno mismo.
La fe, es creer que lo que es, es: simplemente
un regalo que no tiene cualquiera.
Debemos tener a Dios presente no sólo
en los reclamos, en las desgracias, en el peligro, en los fracasos, en la
enfermedad y los reproches: debe estar presente también en las alegrías, en los logros, los éxitos, en la salud, en la
seguridad, el bienestar y nuestro hogar,
debemos mostrar agradecimiento en todo momento por el simple hecho de existir.
Tú, que “no crees”, eres más creyente
de lo que te gustaría imaginar.
Tú, que crees… practica tu amor a Dios cada día, a través de
tus actos: “Por sus frutos los conoceréis” .
Sunday, January 12, 2020
El Popocatépetl y yo
Crónicas nocturnas
Recuerdo que allá, por 1985 más
o menos, un día mi papá llego muy contento a casa con un sobre con documentos bajo el brazo.
Yo tendría 19 años. Nos reunió
en su recamara junto con mi mamá y mis tres hermanos y nos dio la gran noticia:
“Construiremos una casa en las faldas del volcán Popocatépetl… ¡aquí están las
escrituras del terreno!”.
¡No podíamos creerlo! Muchas
veces habíamos ido a las inmediaciones del volcán de día de campo, su bosque era maravilloso, y cuántas veces jugamos en el río
de aguas heladísimas, o correteamos en la nieve en invierno… ¡ahora tendríamos una
casa allí!
Mis hermanos son menores que
yo, y estábamos vueltos locos celebrando la buena noticia. Comencé a diseñar la
cabaña y le daba las ideas a papá, incluso las dibujaba.
El fraccionamiento se
llamaba “Buenavista” y en su publicidad, decía que tenían planeado construir un
teleférico, una pista de descenso para esquiadores, hotel de 5 estrellas y el área
habitacional con cabañas. Habría restaurantes, tiendas y se convertiría en un
gran destino turístico nacional e internacional.
Comenzamos a ir regularmente
cada domingo.
Siempre pasábamos primero al
albergue de Tlamacas, en donde nos bajábamos a comprar golosinas y veíamos a
grupos de alpinistas organizándose para subir. Recuerdo que de allí tomábamos
una desviación, y nos esperaban 13 kilómetros de camino de terracería, que hacíamos
como en casi una hora.
¡El paisaje era hermoso! A
veces cuando llovía muy fuerte, los caminos de tierra se desmoronaban, se
formaban enormes baches de lodo y una que otra vez se nos quedó atascado el
coche.
Un día fuimos con un grupo
de amigos de la familia, en caravana. El auto de nosotros se atascó y todos nos
acomedimos a empujarlo. De repente, en un arrancón el coche salió patinando
dejando tras de sí una cascada de lodo que nos bañó… ¡fue muy divertido!
La primera vez que fuimos ya
con las escrituras, no sólo de paseo, sino a ver en donde construiríamos nuestra
futura casa de campo, mi papá se estacionó frente a un árbol (los arboles cada
cierta distancia tenían números):
-
¿Ven
ese árbol? (nos señaló un enorme pino) Pues de ese árbol al otro de allá, es
nuestro terreno.
Mis hermanitos y yo bajamos
de la camioneta como si bajáramos de la nave Apolo: allí iban Neil Armstrong,
Edwin Aldrin, y Michael Collins a conquistar nuevas tierras (el menor se quedó
con mamá dentro de la nave esperando confirmación de que para él, era seguro
bajar).
Era terreno virgen, olía a
pino, se escuchaba el rio a lo lejos…Había algunas lindas cabañas construidas,
una aquí, otra lejos por allá.
Jugábamos pelota, nos trepábamos
a los árboles, íbamos al río y seguíamos su trayectoria: unas veces despejada y
otras escondida entre grietas de la montaña.
Éramos corceles, briosos,
incansables.
Ya a la hora de comer, nos dirigíamos
a un restaurant del fraccionamiento que tenía un lago. Comida típica, antojitos
mexicanos: sopes, tlacoyos, cecina, sopa de hongos, quesadillas y el infaltable
café de olla con canela.
Siempre regresábamos antes
de que comenzara a oscurecer pues la ruta hacia Tlamacas, por el camino de terracería,
era un poco peligroso ya que en tramos era estrecho, con precipicio al costado.
¡Pasar junto al volcán era
impresionante!
De repente, un día el Popocatépetl
o Don Goyo, como le dicen de cariño, despertó. Iniciaron las lluvias de ceniza,
las expulsiones de lava, los tremores… fue el principio del fin de nuestros sueños
de tener una casa en las faldas del volcán.
La última vez que fuimos, el
albergue de Tlamacas estaba cerrado y había
un retén: prohibido el paso.
Atrás quedarían los días en
que veríamos a los alpinistas en grupos, con sus chamarras de colores
brillantes prepararse para iniciar el ascenso. Ya no brincaríamos como ranas
por los escalones tipo pirámide de la entrada… ya no volveríamos a ir a nuestro
pedazo de Luna conquistada.
Le pregunte al hombre que
cuidaba el retén (era como un campesino, estaba solo, en un ambiente lúgubre y
desolado)
- - ¿Qué
pasa cuando el volcán va a tener una exhalación?
- - ¡Se
oye muy feo! –me dijo con las manos metidas en los bolsillos de su chamarra de
lana a cuadros rojos. Es como si prendieran la turbina de avión… ¡muy fuerte!
- - ¿Y
tiembla?
- - ¡Claro!
Todo vibra…
- - ¿Y
no le da miedo?
- - ¡Pues
aunque me dé, aquí me tengo que quedar, pa’ donde voy a correr si el pueblo está
bien lejos!
Con la vista revise alrededor
y no, el señor no tenía coche, solo una
vieja bicicleta recargada en la casetita del retén.
Cuando dimos la vuelta para
regresar a casa, tristes, abrí la ventana del auto, el aire helado me baño la
cara y volaba mi cabello. Entonces allí recordé algo que pensé un día que papá
y mamá nos llevaron a la misma falda del volcán para subir: el paisaje de roca
normal se iba convirtiendo en arena negra, finísima, resbaladiza, y como si del
espacio se tratase, en medio del mar de arena negra emergían, espaciadas,
enormes rocas redondeadas. Entre ésa visión tan única y surrealista, después de
subir trabajosamente un buen tramo, voltee hacia el mundo, extendí los brazos y
baje corriendo en picada, deslizándome sobre la arena volcánica, moviendo los
brazos como queriendo volar, y pensando:
¡El día que muera mi espíritu
va a subir volando hasta el cráter, y voy a dar muchas vueltas jugando, como un
satélite, por mi hermoso volcán Popocatépetl!
Un hombre en la noche
Crónicas nocturnas
Al salir del trabajo, ya las puertas cerrando, un
hombre pretendía entrar y el supervisor le dijo amablemente, que ya estaba
cerrado... el hombre quería un cafè.
El señor, una compañera y yo bajamos juntos por las
escaleras elèctricas. Era como de unos 40 años, de acento armenio, era obvio
que no tenía hogar, pero iba bien vestido , con un sweater azul cielo y unos
jeans, a simple vista se veía educado y amable. Su barba, muy tupida y negra.
Me hace conversaciòn:
- En dònde queda un 7-eleven?
- En la avenida Foothill, a la izquierda... -le
contesto.
- Pero... por dònde?
Y como me di cuenta que no tenía ni idea de donde
estaba, le expliquè màs detalladamente:
- Siga derecho y en donde està el banco, en la
esquina, a la izquierda, como a dos calles...
- Son màs de 10 minutos caminando?
- Depende, si camina ràpido o despacio...
- No puedo caminar muy ràpido... mi backpack pesa
mucho... pero necesito un cafè.
En la espalda traía cargando un back pack negro,
grande, y pensè (quizàs estoy equivocada), que èse hombre acababa de llegar al
país.
Me diò tristeza recordar lo duro que es venir aquí sin
familia, con muchas ilusiones, sueños. Y recordè el miedo que da no saber el
idioma, ni las costumbres, ni las estrictas reglas, es un mundo totalmente
diferente al que pertenecemos: ser inmigrante en Estados Unidos es de
valientes!
Y entonces lo vi irse ràpido, cruzar la vía del tren y
enfilarse hacia la Foothill, en medio de la noche (muy solitaria, por cierto).
Espero que se haya comprado su cafè calientito, que le
ayude a entibiar los sueños en èsta noche fría, y se los conserve vivos e
intactos.
Yo, me subo a mi auto y voy a casa, y en el camino me
arrepiento de mis preocupaciones y angustias, porque tengo un lugar a donde
llegar a dormir, y a mis hijas que me esperan, seguras, porque tengo alimento y
cobijo y èl, èl sòlo tiene su pesado back pack en donde carga su mundo.
Ya en casa, me hago un cafè... le doy un sorbo y
pienso que quizàs èl tambièn estè tomando el suyo.
Hace tanto frío afuera...
Y como èl, hay tanta gente buena, sin hogar , de los
que no sabemos su historia quizàs de lucha, de rebeldía contra su destino , y
pasan inadvertidos, escondidos entre nosotros durante el día, siendo uno màs:
pero bajo la Luna son sombras en busca de un rincòn seguro dònde acurrucarse
para pasar la noche, son bultos cubiertos de cobijas viejas y cartones en la
banca de un parque, son seres humanos que tienen miedo, incertidumbre, hambre,
pero sobre todo, mucho valor.
He terminado mi cafè... hasta mañana.
Friday, January 10, 2020
Saturday, November 11, 2017
Yo soy Samuel… ¡y soy inocente!
Entrevista a Samuel Quezada
Por Ana Salazar Cabarcos
Son alrededor de las 8 de la noche. Regreso cansada de trabajar, me pongo ropa
más cómoda y preparo un delicioso café: “two creams and three splenda”: ¡un
brebaje de los dioses! Alisto mis pinturas pues quiero trabajar un poco en uno
de mis cuadros antes de irme a dormir.
Enciendo la computadora para poner un poco de música y
abro mi página de Facebook para estar al tanto de los chismes y noticias del
día. El buzón de mensajes privados intacto, no me gusta abrirlo porque me he
llevado algunas sorpresas desagradables (fotos subidas de tono de hombres
urgidos de aventura con quien se deje), o cadenas de oración, vendedores
compulsivos… ¡nada que interese! Pero… el instinto me lleva a abrir un mensaje,
se trata de Samuel Quezada.
Se presenta y quiere platicar por teléfono conmigo
(Samuel vive en Aguascalientes), quiere contarme su historia. Él sabe que
escribo y me pide que lo ayude “a limpiar su nombre, a recuperar a sus hijos, a
que el mundo conozca la injusticia de que fue objeto”.
Al otro día, indecisa, lo llamo. Su voz es tímida, al
principio se oye nervioso pero poco a poco se suelta y las palabras fluyen al
principio como un pequeño rio… y después su relato es el océano mismo.
Me llena de datos, fechas, nombres, me habla de sus
orígenes, de cómo llego a Estados Unidos, de la injusticia que dice hicieron
con él, me cuenta de los hijos que nunca volvió a ver, de cómo quisiera que
alguien le devolviera esos años que estuvo preso siendo inocente… y de pronto
se le hace un nudo en la garganta, y llora y me contagia.
Entonces me pregunto: ¿Cuántos Samuel Quezada seguirán
tras las rejas?
Esta es la historia…
Samuel ¿En dónde naciste, cómo fue tu infancia?
Nací en 1972 en la Ciudad de México, provengo de un
matrimonio fracturado, ya que mi padre nos abandonó cuando yo tenía un año de
edad.
En la capital viví hasta la edad de 14 años. A inicios del ’88 decidimos mudarnos al estado de Aguascalientes, en donde estaba toda la familia de mi mamá.
En la capital viví hasta la edad de 14 años. A inicios del ’88 decidimos mudarnos al estado de Aguascalientes, en donde estaba toda la familia de mi mamá.
¿Cómo fue que decidiste partir a Estados Unidos?
En el ’88, la mayoría de mis primos estaban radicando
en el estado de Virginia, Estados Unidos. Uno de mis primos vino a visitar a
sus padres y me invito a que me fuera con él, y acepté la invitación porque
quería mejorar la situación económica y el nivel de vida de mi mama y mis
hermanas. En diciembre viajé a Texas y de allí, a Virginia.
¿Cómo te ganabas la vida en Virginia?
Pues como todo inmigrante, trabajando en lo que saliera.
De inicio trabajé en una granja donde criábamos pollos y pavos, duré como tres
años trabajando allí. Luego me pasé a trabajar a una compañía donde se sacrificaban
esas aves. En el año ’93, empecé a trabajar con unos americanos en un body shop, me inicié como “lijador”,
después “empapelador” y pintor. A este americano de nombre Wain (mi ex jefe),
le trabajé desde el ‘93 hasta el ’99.
¿Cuándo comenzó a cambiar el rumbo de tu
destino?
Con un cliente americano. En su momento tuve negocios
con él en cuestión de trabajos de reparación de pintura que le hice a sus
vehículos. Me pagó sólo una parte del
dinero, para ser exacto el 24 de febrero de 1998: dinero que según estaba
marcado o que provenía de los fondos de la policía del estado (me enteré después).
Sin imaginar lo que estaba por venir, el 9 de marzo
del ‘99, viajé a Aguascalientes, México,
porque tenía 10 años de no ver a mi madre y a mis hermanas y lo tomé como unas
vacaciones, deseaba volver a casa.
¿Cuánto duraron ésas vacaciones?
Estuve con mi mamá en el mes de marzo, abril, mayo y
junio (1999). Para el 20 de junio, decidimos regresar mi
esposa, mis dos hijos y yo. Volvimos a casa en Harrisonburg, Virginia, el 22
de junio para amanecer 23.
¿En qué momento comienza tu pesadilla?
Al día siguiente que regresamos a casa (23), voy al
pueblo a pagar el recibo del teléfono y allí… ¡allí empezó mi pesadilla!
Fui detenido por un oficial con la excusa de que había
violado el reglamento de tránsito al traer vidrios polarizados: me orilló,
llegaron más vehículos de la policía, inclusive trajeron a un perro entrenado con
la intención de que revisara la camioneta a ver si no traía algo ilegal. Fui
esposado y llevado a la cárcel del condado, bajo supuestos cargos de
“distribución de drogas”.
¿Te imaginas? –dice Samuel con voz triste- hoy tienes
esposa e hijos…un hogar formado… ¡y de repente ya no tienes nada!
¿Con quién estabas casado?
Ella es salvadoreña, nos casamos en 1993, teníamos 6
años de casados y dos hijos. El más grande se llama Erick Samuel…tenia 3 años
si mal no recuerdo, y el día que me detuvieron el chiquito, el bebé, Leonardo,
cumplía un año de edad -Samuel hace un esfuerzo para retener el llanto-, ese
día era su cumpleaños.
¿Cuáles fueron los cargos?
Desde el principio todo fue muy confuso. El abogado
que había conseguido mí en ese entonces, esposa, nunca me entregó documentos de
nada, no me daba respuestas ni me explicaba cuáles eran las acusaciones o los
cargos, todo lo mantenía en secreto.
¿Había pruebas en tu contra, testigos?
¡Todo era confuso! El abogado me decía que todo estaba
bien… ¡y me hizo declararme culpable bajo engaños! ¡Me engaño y me hizo falsas
promesas! Me dijo que si me declaraba culpable me darían 5 años de prisión,
pero que el juez iba a suspender 4 años, y que a unos cuantos meses de que yo fuera a
declararme culpable, en poco tiempo saldría libre, deportado a México. ¡El abogado hizo que me echara la culpa de algo que no hice, sin pruebas, sin
testigos, no había nada!
Sí…-meditabundo- me declaré culpable por posesión de
droga: algo que nunca en mi vida tuve ni me involucré… ¡todo fue un engaño! Como te dije en un principio:
jamás me entere realmente cuales eran los cargos en mi contra. Yo sólo creí en
este abogado privado para que me defendiera… y terminó siendo mi peor enemigo.
¿Hubo contradicciones o errores en la investigación?
Sí, existen documentos del gobierno (de los Estados
Unidos) donde aparece el nombre de mi primer abogado antes de conocerlo y
contratarlo como abogado, documentos que no tienen los sellos de la corte, son
documentos que fueron falsificados o alterados. Existen otros documentos que sí
tienen los sellos de la corte. En algunos documentos estoy como Samuel Silva
Quezada, meses después mi nombre fue cambiado a Sammy Silva Quezada, los
números de los casos no coinciden unos con otros, se ven las alteraciones a
simple vista: en donde era un número “3” lo hacen parecer “5”. En un reporte sobre mi
arresto (que sucedió en realidad el 23 de junio del ’99), lo elaboran el 4 de
agosto del ’99 y especifican hora y lugar donde fui detenido con diferente
fecha… ¡son documentos elaborados meses después! Mi fecha de arresto la manejan
erróneamente como el 25 de junio.
En la comparecencia para dictar sentencia en mayo del
2000, mi nuevo abogado John Hard le hizo mención al juez de que hay una
discrepancia respecto a la fecha del arresto... ¡las acusaciones no tienen
validez! ¡Mi detención fue ilegal, arbitraria, no contaban con una orden de la
corte firmada por un juez para hacerlo! Según por esto, cambiaron la fecha de
detención para poder cubrir sus errores. Si hubiera contado con un buen abogado
desde el principio, el caso y los cargos hubieran sido anulados…pero… ¡eso no
sucedió! Fue un falso proceso.
El 30 de mayo del 2000
fui sentenciado ilegalmente por un juez federal y privado de mi libertad, la sentencia: 6
años de prisión.
Nunca hubo reporte del supuesto arresto… ¡ni lo habrá!
18 años después no dejo de revisar cada día los documentos, plagados de
irregularidades, de falsedades.
Fui ilegalmente privado de mi libertad, enviado de
prisión en prisión, alejándome cada vez más de mi familia, de mis hijos.
¿Cómo fue el tiempo en prisión?
Cuando estuve en la prisión de Virginia, fui enviado a
una cárcel de Oklahoma, de allí me mandaron a Arizona, por último terminé en la
prisión de California City en donde cumplí con la falsa sentencia. Mientras me
encontraba en prisión, la que era mi esposa batallaba por encontrar el sustento
para nuestros dos pequeños hijos, para solventar el costo de vida en Estados
Unidos, para pagar la “traila” que habíamos comprado, era nuestra casa. Ella se
las vio muy duras: buscando quien le cuidara a los niños mientras ella
trabajaba… fueron tiempos difíciles para ella y mis hijos. Veló por su
seguridad, para que tuvieran algo que comer en la mesa… ¡fueron 5 largos años
que ella tuvo que ser padre y madre!
¿Alguna vez trataste de contactar a los medios de
comunicación?
Fue una lucha constante desde el principio.
Inicialmente tuve contacto con una reportera de nombre Norma Roque, del canal
34 de Univisión, de la ciudad de Los Ángeles, California. Con ella mantuve
correspondencia, trato verbal porque la conocí al interior de la prisión de
California City, cuando fue a cubrir la gira de en aquel entonces, un funcionario público del gobierno de México
cuando era presidente Vicente Fox. Norma Roque se interesó en hacer un
reportaje sobre mi historia. El reportaje no lo hizo, porque un abogado de New
Port Beach que también conocí por medio de la radio, hizo un análisis de mi
caso: él reviso los documentos y descubrió todas las irregularidades, me dijo
que quería ayudarme, y aunque la reportera ya tenía la autorización de la
televisora para hacer el reportaje, el abogado de pronto se retractó y dijo que
no era conveniente involucrarse ya que estaban de por medio varios abogados y
el gobierno.
También logré comunicación con reporteros de Miami,
Florida: busqué a Jorge Ramos y Teresa
Rodríguez, con los que tuve una comunicación directamente por cartas y
conversaciones por teléfono desde la prisión.
Supieron todo sobre mi caso…pero no… finalmente no quisieron tampoco involucrarse en esta historia tan sorprendente. No quisieron saber del tema, abrirlo a la opinión pública, les dio miedo porque trabajan de reporteros y no quieren problemas con el gobierno, es lo que les da de comer, me mantuvieron en lo oculto, en las sombras.
Supieron todo sobre mi caso…pero no… finalmente no quisieron tampoco involucrarse en esta historia tan sorprendente. No quisieron saber del tema, abrirlo a la opinión pública, les dio miedo porque trabajan de reporteros y no quieren problemas con el gobierno, es lo que les da de comer, me mantuvieron en lo oculto, en las sombras.
Algo que les reprocho hasta hoy, especialmente al
señor Jorge Ramos (quien se hace llamar “El ángel de los inmigrantes” en sus
libros, y para nada lo es), son las palabras que me dijo en aquella
conversación, yo, dentro de la prisión, y él en su oficina: “que tenía
prohibido involucrarse en casos como el mío”, que “a él no le interesaba mi
historia, que me comunicara con Teresa Rodríguez, que a lo mejor a ella sí”.
Pasaron los días y al lograr hablar con Teresa Rodríguez, me dijo lo mismo que
Ramos, y: “que yo estaba en un error, que estaba equivocado”.
Soy autor de dos libros. En el primer libro que escribí
estando dentro de la prisión, les dedico un capitulo a ellos, bajo el título:
“Reporteros censurados bajo suelo norteamericano”. En mi libro cito todas las
cartas que envié a todos estos personajes.
Para mi Ramos fue una decepción… es lamentable que
tenga miedo de sacar a la luz los atropellos que se cometen contra inmigrantes
ignorantes que no pueden defenderse… como yo, y que se haga pasar por defensor
de nuestras causas.
Le doy gracias a Dios de que no me sentenciaron a muerte,
porque estoy seguro que aún sabiendo que era inocente, no hubieran hecho nada
por mí y me hubieran dejado morir.
Me dirigí a los consulados mexicanos de las ciudades a
donde me trasladaban para que alguien me ayudara… todos me ignoraron. En mi
libro les dedico un capitulo llamado “Consulados esferas”. En mi libro cito
todos los nombres de las personas a las que me acerqué pidiendo ayuda.
¿Tu familia estaba al tanto del infierno que estabas
viviendo?
Los niños estaban muy chiquitos, y con la que era mi
esposa sólo nos hablábamos por teléfono, durante 5 años, no los volví a ver. Ellos
estaban en Virginia y yo del otro lado del país.
¿Qué pasó cuando cumpliste la sentencia?
¡Otra irregularidad! ¡Otra injusticia en mi contra!
Fui ilegalmente deportado por el Departamento de Inmigración a México, a pesar
de que me negué a firmar la orden de deportación que tanto me insistían, porque
como les dije: yo no tenía por qué haber vivido esa situación en la cárcel. Aun
así, sin importar mis argumentos, mis evidencias, un 10 de octubre fui
deportado.
Cuando te deportaron ¿Qué fue de tu esposa e hijos?
5 años después nos reencontramos en Aguascalientes, México,
en la casa de mi madre. Yo salí de prisión el 10 de octubre del 2004 de la cárcel,
ella hizo el viaje hasta diciembre, allí nos reencontramos todos. Mi hijo menor
ya tenía 6 años, el mayor 8 o 9, ya estaban grandes.
Aquí conmigo tuve a mis hijos por 8 meses. Ella (la
esposa) venía, se estaba un tiempo y regresaba a Virginia a trabajar y nos
mandaba dinero para ayudarme a mantener
a los niños aquí, en Aguascalientes. Como a los 8 meses me di cuenta de algunas mentiras, de que me era infiel y la encaré, descubrí que tenía una doble vida, tuvimos una
fuerte discusión y regresó a Estados Unidos… se llevó a mis hijos.
Hoy, hace 12 años que no he vuelto a ver a mis hijos.
Me duele el no haber estado con ellos, el que hayan crecido sin la imagen de un
padre -la voz de Samuel se quiebra-… ¡los
extraño mucho!
¿Sabes algo de tus hijos?
De mi hijo menor, Leonardo, sé, por lo que me ha
contado gente allegada, que desde los 12 años de edad el niño fue a parar con
una familia de americanos y lleva viviendo con ellos 7 u 8 años: hoy tiene 18… ¡no
me explico cómo fue que mi hijo fue a parar con esa familia! No sé si se lo
quito el gobierno o ella lo dio en adopción.
¡Quiero saber la verdad! ¿Cómo es que ella (la mamá)
se llevó a mi hijo de mi lado, quitándole a su padre para entregarlo con gente
ajena, que ni sus padres son?
Del mayor, Erick Samuel, 23 años de edad, parece que
el sí vivió con su madre, luego vivió con una novia y regresó con su madre que
desde hace 8 años se volvió a casar, rehízo su vida y tuvo dos hijos más.
Sé que toda esta experiencia afectó a mis hijos, que
les dejó una dolorosa huella en su vida. Sé que mi hijo Leonardo me odia…y que
mi hijo Erick ha tratado de lastimarse.
Por eso quiero sacar a la luz mi historia, que no
quede en la impunidad. Por eso he vuelto a tocar puertas, porque quiero volver
a ver a mis hijos y explicarles lo que me hicieron, que yo fui víctima de una
injusticia y si no estuve con ellos, fue por las circunstancias, el destino,
porque su madre así lo decidió.
¡Quiero ver a mis hijos a la cara y decirles cuanto
los quiero! ¡Que los amo! ¡Que no fue mi culpa!
Samuel ¿rehiciste tu vida?
Caí en una fuerte depresión y conocí a una gran mujer, Roxana, que me ayudo a salir adelante, me volví a casar, llevamos una relación de 9 años,
tenemos tres hijos preciosos: el mayor de 9 años que se llama Leo Erick, porque
quiero recordar siempre a mis hijos Leonardo y Erick. Cada vez que lo llamo -se
le corta la voz-… ¡quiero recordar a mis hijos que me quito el gobierno, la policía,
la cárcel, una mujer! Mi segundo hijo se llama Yamir Vladimir y -rompe a
llorar-, mi último cachorrito, Axel Jaret.
Su actual esposa Roxana, Leo Erick y Yamir
Cuando veo a mis criaturas de aquí, recuerdo a mis
otros hijos, aquellos que perdí, que me quitaron. A mis chiquitos les hablo
mucho de sus hermanos. Cuando me meto a las páginas del Facebook y veo
publicaciones de mis hijos mayores, les digo a los pequeños: “¡esos son sus
hermanos!”, y me preguntan ansiosos: “¿y cuándo van a venir a vernos nuestros
hermanos?”… ¡y eso me destroza!
No creo que mis hijos sepan lo que sucedió en realidad…
Por eso te quise contar mi historia, Ana, para que tú se
las cuentes a ellos.
Si quieres contactar con Samuel Quezada: silvaquezadasamuel1@gmail.com
Todos los nombres referidos, información y citas son responsabilidad del entrevistado. Esta entrevista es con fines periodísticos, objetiva y sin ningún interés político, legal o de lucro. La escritora Ana Salazar Cabarcos se deslinda de cualquier responsabilidad.
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