Por Anna Salazar Cabarcos
Soy un fantasma
atrapado adentro de una cárcel de huesos y carnes.
Quisiera volar
lejos, irme a refugiar a una cueva en la montaña más alta del mundo sin sentir
frío nunca más. O tal vez sumergirme en el mar
hasta llegar a los abismos y reposar, acostada sobre la arena virgen de
sol, pues hasta allí jamás ha llegado un solo rayo. Ver a los monstruosos peces
abisales alumbrarme con sus linternitas, mientras acercan sus gigantescas mandíbulas
colmadas de dientes a mi holograma que no pueden devorarse, pues los fantasmas
no se comen.
Quisiera ser la
imagen de una fotografía, para quedarme congelada en el tiempo, en un instante
feliz para siempre.
Quisiera ser un
fantasma que nunca hubiera amado tanto, porque entonces sería un fantasma
chocarrero, y no uno melancólico, nostálgico.
Pero no puedo…
estoy encerrada en una cárcel de huesos y carnes, encadenada a las debilidades emocionales
humanas; cadenas férreas, indestructibles, perseguida por los miedos,
entristecida por los ayeres, anclada con dos pies a la tierra, agarrada al
mundo por cuatro manos.
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