Por Anna Salazar Cabarcos
Si, que día tan
maravilloso y soleado era aquel primer lunes de septiembre. Regresaba con mi
hija y mi yerno de inscribirnos en un gimnasio: ¡una nueva etapa de nuestras vidas
comenzaba ahora! Ejercicio, pesas, cardio… ¡Me imaginé en un par de meses los
tres haciéndole la competencia al Arnold "Chuchenaguer" en sus mejores tiempos!
Bajé del auto, riendo, contábamos chistes, como siempre. Lejos estaba de
imaginar que un ser del tamaño de un cacahuate, sacaba filito a su aguijón, con
sus ojos de pelota fijaba el objetivo y sus alitas hacían: ¡run, run,
ruuuuuuuuun! Calentando motores.
Nos poníamos de
acuerdo sobre la hora de comenzar las visitas al gimnasio a partir del
siguiente día, caminé distraída hacia la reja de la cochera, iba casi pegada a
la pared, como a medio metro, de pronto recuerdo que olvidé algo en el coche, di
la vuelta para regresar, y entonces… ¡Zas! ¡Siento que algo se estrella adentro
de mi ojo, grito, lo aprieto entre los parpados, siento que se mueve, con los
dedos lo agarro, lo jalo, lo tallo, grito, lloro, es la sensación más horrible
que he sentido en mi vida! ¡De pronto comienza a arderme, un ardor intenso,
como si me rasparan con la punta de un clavo con chile! Marifer y Travis están asustados, ven que me
peleo con alguien pero es como si tratara de zafarme de una llave del hombre
invisible.
Me da miedo
saber qué traigo allí metido… a ellos también. Vamos rápidamente rumbo al
hospital y llegando a recepción, me meten enseguida a un consultorio; ponen
hielo, revisan. Ni rastros del atacante. El ojo hinchado… ¡y ese dolor, ese
ardor intenso! El doctor le muestra a mi
hija, con una gran lupa y una lámpara de luz azul, el interior de mi ojo: la
telita que lo cubre está rayada… ¡Cómo no iba a estarlo si restregué al infame
intruso con todas mis fuerzas, como si estuviera lavando trapos en el lavadero!
Un enfermero muy
“cute” me hizo un lavado profundo en el ojo: si así es como hace la limpieza de
su casa queda contratado… ¡le falto sacármelo para enjuagarlo!… pero... ¡Que
alivio! Me dan unas pastillas para el méndigo dolor que llega de repente como
cincelada. Pasan los benditos minutos en grupos de a diez, me siento mejor…
comienzo a reírme, bromeamos mi hija y yo, el doctor, el enfermero, me saco la
foto “pal’ face”… Prescripción médica, antibiótico, antihistamínico… ¡así es la
vida!
Regresamos a
casa, el ojo hinchado hace “pum pum”. Mi hija y yo nos proponemos buscar el cadáver
del agresor y… ¡ups! Marifer descubre que abajo de la caja medidora de luz,
justo enfrente del lugar en donde estaba parada y me ataco el “hombre invisible”
¡hay un nido de avispas! Es del tamaño de un limón, quizás. Las avispas frenéticas
zumban y trabajan rápido para hacer más grande su casa.
Así es, me pico
una avispa. Seguramente era la comandante de sus fuerzas armadas, encargada de
vigilar el espacio aéreo. O una avispa judicial cuidando a sus “parejotas”, o
una avispa pandillera cuidando su territorio… o una avispa bélica, como muchos seres
humanos, que me declaró la guerra solo por el placer de usar sus armas para
lastimar… ¡que poderoso aguijón!
En la madrugada desperté
del dolor, el ojo me zumbaba. Ahora ya estoy mucho mejor… como todo en la vida,
ya pasó.
Moraleja: “Cuídate
del animal pequeño, aunque sea un insecto que luzca frágil e indefenso: ¡a
veces son los que hacen más daño!”
Ah! Y no, no fui al gimnasio...