Tuesday, January 14, 2020

¿En dónde está Dios?



Por Ana Salazar Cabarcos

“¡¿En dónde está Dios?!” Se pregunta el ateo, el agnóstico, el incrédulo y el creyente.

 Dios existe en todas partes, a veces,  más en la mente de los que  “no creen”, porque dedican parte de su existencia  (algunos de manera obsesiva) a tratar de explicar porque, según ellos, Dios no existe: quizás es la jocosa manera que tiene Dios  de hacerse presente en sus vidas.

Muchos “no creyentes”, en sus últimos momentos de vida hacen alusión al Creador, o en momentos de peligro. Esto me hace recordar un día que me encontraba en un edificio de 25 pisos en Los Ángeles, California. Trabajaba en un programa de radio ubicado en el último piso, de pronto,  un fuerte temblor comenzó a sacudir la tierra, el edificio que seguramente tiene una base hidráulica, se movía como péndulo de reloj. En uno de los grandes ventanales pude ver como se balanceaban  los altos edificios de enfrente: aterrador.

Rápidamente, me quite las zapatillas y descalza, corrí  hacia  las escaleras de emergencia, en donde piso a piso se iba sumando gente. Me temblaban las piernas, quería volar, esos 25 pisos se me hicieron eternos.

Al llegar a la planta baja, me congregué con mis compañeros alrededor de una fuente en un jardincito de afuera. Pasado el susto y recobrado el color, empezaron las burlas: yo iba descalza y se reían porque dijeron que me vi muy chistosa aventando el bolso y los zapatos para salir corriendo, pero especialmente reímos porque un compañero, que siempre renegaba de la existencia de Dios y se ufanaba de “ser ateo”, al que le gustaba debatir con quien creía,  ese día, en cuanto empezó a temblar, entre el zarandeo que traíamos en el piso 25… ¡fue el primero en comenzar a rezar! “¡Diosito chulo, sálvame por favor!”.

Y así,  me  sé muchas historias de “no creyentes”.

Dios está presente en el flujo de la sangre, en los ventrículos del corazón, en la configuración de las células, en la electricidad de las neuronas.
Dios, se hace presente cuando abres los ojos cada mañana, existe en tu subconsciente aunque tu libre albedrío no quiera reconocerlo.
Dios se manifiesta en el amor que sientes por tus padres, hermanos, por tu pareja, tus hijos, por el amor al prójimo, a la naturaleza.
Dios es quien te lleva de la mano para ofrecerle ayuda al necesitado: a través tuyo da el pan, el agua, abrigo y un abrazo de consuelo a quien lo necesita.


¿Tienes que verlo físicamente para creer? ¿No te basta ver la maravilla de los amaneceres y atardeceres desfilar frente a ti, sin descanso? ¿No es suficiente saber que vivimos en un universo infinito, en un planeta que cuelga como una esfera en un árbol de billones de planetas brillantes como luciérnagas en medio de la noche? ¿Cómo lo explicas? Si la ciencia no ha encontrado la cura a algo tan terrenal como la diabetes, al cáncer, al VIH… ¿Cómo pretende negar la existencia de Dios y explicar la creación del universo? ¡Es ridículo!


La gente que “no cree” culpa a Dios de las desgracias: de las enfermedades, de la pobreza, de los accidentes, de los cataclismos y desastres naturales, sin aceptar su responsabilidad, sin admitir que somos nosotros en gran medida, los causantes de todos los males que aquejan a la humanidad.

Dios no tiene la culpa de que elijamos gobernantes tiranos, represores, corruptos que tienen hundidos a sus pueblos en el hambre y la pobreza. Ni tiene la culpa de nuestros vicios, de nuestras carencias afectivas, emocionales, culturales, morales. No tiene nada que ver con nuestra decisión de destruir al planeta y con la estúpida idea de querer someterlo a nuestros caprichos, tratando de adaptarlo a nuestras necesidades.


Esto último me hace recordar  un documental que vi sobre Venecia, ciudad italiana construida artificialmente sobre  un lago, que desafortunadamente se está hundiendo y los científicos están muy preocupados pues vislumbran una catástrofe… ¿Dios tendrá la culpa? O ¿Dios tiene la culpa de que la gente se asiente en las faldas de volcanes altamente peligrosos? ¿De los terremotos propios de un planeta vivo, de los tsunamis, de los eclipses? ¿Es culpable acaso de que un hombre alcoholizado estrelle su auto contra otro robándole la vida a una persona inocente? ¿Dios es culpable de que en una noche de juerga, en un momento de placer una mujer salga embarazada y cometa un crimen cada vez más común llamado “aborto”? ¡Dios, Dios, Dios! Siempre será el culpable de nuestro mal uso de la libertad, de las circunstancias causadas por nosotros, por otros, por nuestras irresponsabilidades.


En nuestra condición tan primitiva de “humanos”, somos insaciables y no tenemos la conciencia de admirar y valorar la grandeza de estar vivos, de experimentar (por el tiempo que tengamos destinado) con agradecimiento la gran aventura y oportunidad de existir. Pretendemos ser inmortales, vivir en un paraíso creado con nuestra imaginación influenciada por Hollywood.

Dios va más allá de nuestro entendimiento.
Dios no se ve… se siente.
A Dios  no se le busca explicación: se le deja fluir dentro de uno mismo.
La fe, es creer que lo que es, es: simplemente un regalo que no tiene cualquiera.


Debemos tener a Dios presente no sólo en los reclamos, en las desgracias, en el peligro, en los fracasos, en la enfermedad  y los reproches: debe estar  presente también  en las alegrías, en los logros, los éxitos, en la salud, en la seguridad, el  bienestar y nuestro hogar, debemos mostrar agradecimiento en todo momento por el simple hecho de existir.



Tú, que “no crees”, eres más creyente de lo que te gustaría imaginar.
Tú, que crees…  practica tu amor a Dios cada día, a través de tus actos: “Por sus frutos los conoceréis” .





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