Sunday, January 12, 2020

El Popocatépetl y yo


Crónicas nocturnas


Recuerdo que allá, por 1985 más o menos, un día mi papá llego muy contento a casa  con un sobre con documentos bajo el brazo.

Yo tendría 19 años. Nos reunió en su recamara junto con mi mamá y mis tres hermanos y nos dio la gran noticia: “Construiremos una casa en las faldas del volcán Popocatépetl… ¡aquí están las escrituras del terreno!”.

¡No podíamos creerlo! Muchas veces habíamos ido a las inmediaciones del  volcán de día de campo,  su bosque era  maravilloso, y cuántas veces jugamos en el río de aguas heladísimas, o correteamos en la nieve en invierno… ¡ahora tendríamos una casa allí!


Mis hermanos son menores que yo, y estábamos vueltos locos celebrando la buena noticia. Comencé a diseñar la cabaña y le daba las ideas a papá, incluso las dibujaba.

El fraccionamiento se llamaba “Buenavista” y en su publicidad, decía que tenían planeado construir un teleférico, una pista de descenso para esquiadores, hotel de 5 estrellas y el área habitacional con cabañas. Habría restaurantes, tiendas y se convertiría en un gran destino turístico nacional e internacional.



Comenzamos a ir regularmente cada domingo.

Siempre pasábamos primero al albergue de Tlamacas, en donde nos bajábamos a comprar golosinas y veíamos a grupos de alpinistas organizándose para subir. Recuerdo que de allí tomábamos una desviación, y nos esperaban 13 kilómetros de camino de terracería, que hacíamos como en casi una hora.

Antes
Hoy abandonado



¡El paisaje era hermoso! A veces cuando llovía muy fuerte, los caminos de tierra se desmoronaban, se formaban enormes baches de lodo y una que otra vez se nos quedó atascado el coche.

Un día fuimos con un grupo de amigos de la familia, en caravana. El auto de nosotros se atascó y todos nos acomedimos a empujarlo. De repente, en un arrancón el coche salió patinando dejando tras de sí una cascada de lodo que nos bañó… ¡fue muy divertido!


La primera vez que fuimos ya con las escrituras, no sólo de paseo, sino a ver en donde construiríamos nuestra futura casa de campo, mi papá se estacionó frente a un árbol (los arboles cada cierta distancia tenían  números):

-         ¿Ven ese árbol? (nos señaló un enorme pino) Pues de ese árbol al otro de allá, es nuestro terreno.

Mis hermanitos y yo bajamos de la camioneta como si bajáramos de la nave Apolo: allí iban Neil Armstrong, Edwin Aldrin, y Michael Collins a conquistar nuevas tierras (el menor se quedó con mamá dentro de la nave esperando confirmación de que para él, era seguro bajar).

Era terreno virgen, olía a pino, se escuchaba el rio a lo lejos…Había algunas lindas cabañas construidas, una aquí, otra lejos por allá.


Jugábamos pelota, nos trepábamos a los árboles, íbamos al río y seguíamos su trayectoria: unas veces despejada y otras escondida entre grietas de la montaña.



Éramos corceles, briosos, incansables.

Ya a la hora de comer, nos dirigíamos a un restaurant del fraccionamiento que tenía un lago. Comida típica, antojitos mexicanos: sopes, tlacoyos, cecina, sopa de hongos, quesadillas y el infaltable café de olla con canela.



Siempre regresábamos antes de que comenzara a oscurecer pues la ruta hacia Tlamacas, por el camino de terracería, era un poco peligroso ya que en tramos era estrecho, con precipicio al costado.

¡Pasar junto al volcán era impresionante!

De repente, un día el Popocatépetl o Don Goyo, como le dicen de cariño, despertó. Iniciaron las lluvias de ceniza, las expulsiones de lava, los tremores… fue el principio del fin de nuestros sueños de tener una casa en las faldas del volcán.



La última vez que fuimos, el albergue de Tlamacas estaba cerrado y  había un retén: prohibido el paso.

Atrás quedarían los días en que veríamos a los alpinistas en grupos, con sus chamarras de colores brillantes prepararse para iniciar el ascenso. Ya no brincaríamos como ranas por los escalones tipo pirámide de la entrada… ya no volveríamos a ir a nuestro pedazo de Luna conquistada.

Le pregunte al hombre que cuidaba el retén (era como un campesino, estaba solo, en un ambiente lúgubre y desolado)

-        - ¿Qué pasa cuando el volcán va a tener una exhalación?
-     -  ¡Se oye muy feo! –me dijo con las manos metidas en los bolsillos de su chamarra de lana a cuadros rojos. Es como si prendieran la turbina de avión… ¡muy fuerte!
-         - ¿Y tiembla?
-       -   ¡Claro! Todo vibra…
-       -   ¿Y no le da miedo?
-       -  ¡Pues aunque me dé, aquí me tengo que quedar, pa’ donde voy a correr si el pueblo está bien lejos!

Con la vista revise alrededor y no, el señor no tenía  coche, solo una vieja bicicleta recargada en la casetita del retén.

Cuando dimos la vuelta para regresar a casa, tristes, abrí la ventana del auto, el aire helado me baño la cara y volaba mi cabello. Entonces allí recordé algo que pensé un día que papá y mamá nos llevaron a la misma falda del volcán para subir: el paisaje de roca normal se iba convirtiendo en arena negra, finísima, resbaladiza, y como si del espacio se tratase, en medio del mar de arena negra emergían, espaciadas, enormes rocas redondeadas. Entre ésa visión tan única y surrealista, después de subir trabajosamente un buen tramo, voltee hacia el mundo, extendí los brazos y baje corriendo en picada, deslizándome sobre la arena volcánica, moviendo los brazos como queriendo volar, y pensando:

¡El día que muera mi espíritu va a subir volando hasta el cráter, y voy a dar muchas vueltas jugando, como un satélite, por mi hermoso volcán Popocatépetl!


No comments:

Post a Comment